Conciertos
Los que cantan sus males espantan
DÓNDE: Teatro Bellas Artes. Madrid. CUÁNDO: del 9 de noviembre al 8 de enero. CUÁNTO: de 16 a 25 euros. Tel: 902.101.212.
Dice el saber popular –y nos lo recuerda la canción de El último de la fila– que el que canta su mal espanta. Lo que no pone en ningún sitio, por más que sea otra máxima casi matemática, es que, pese a que la mayor parte de los mortales no estamos dotados para cantar en otro escenario que no sea la ducha y con más auditorio que el espejo, a casi todos se nos cae la vergüenza a los pies cuando nos ponen un micrófono delante en esos templos de la deshinibición llamados karaokes. Hagan la prueba: vayan a uno con ese amigo tan tímido que apenas enlaza dos frases seguidas o con esa cuñada que nunca se despeina. Sin necesidad de alcohol (aunque es opcional), al rato estarán berreando emocionadísimos algún «grandes éxitos». Convertidos en propuesta de ocio habitual en Asia, donde se alquilan salas privadas en enormes edificios con neones, los karaokes también se han hecho su hueco en España, aunque aquí los asumimos más como un sitio al que ir a echarse unas risas y tomarse unas copas.
Actores y productores
En uno de estos locales van a coincidir Estrella, Marina, Roberto y Raúl, espoleados por la misma necesidad de espantar sus males. Aunque llegados a este punto conviene aclarar que «Historias de un karaoke», la obra de Juan Luis Iborra y Antonio Albert que llega esta semana al Teatro Bellas Artes, no es un musical. «Que no se preocupe el público, no cantamos mucho», bromea uno de sus protagonistas, Juanjo Artero. El karaoke es una excusa argumental para hablar de hombres y mujeres con problemas, «personajes frágiles y expuestos», como explica Elisa Matilla. Seres, en definitiva, muy humanos a los que, como a la mayoría, una canción consigue arrancarles una sonrisa. «Les sirve de aspirina», cuenta Artero. Estrella, por ejemplo, el personaje al que da vida Matilla, es una mujer que se enamoró de un chino hasta que la dejó plantada y ahora se pasea vestida a la oriental.
Obsesivo compulsivo
Cada uno carga con su cruz: la de Raúl, el personaje de Ángel Pardo, mide 33 cm y le cuelga en la entrepierna. «Es un gran problema: se reían de él en el colegio, sus amantes se lo contaban a sus amigas, nadie le mira a la cara, sólo al paquete, se tuvo que ir del pueblo porque todos se reían de él, en la mili hacían chistes a su costa... Hay gente que podría decir: qué maravilla tener ese aparato. Pero a este hombre le ha traído muchos problemas», deja claro el actor.
A Roberto, el personaje de Juanjo Artero, su mujer le hace la vida imposible: duerme en una tienda de campaña en un parque y una orden de alejamiento le impide ver a sus hijas. «Es buena gente, pero también obsesivo compulsivo. Está lleno de manías que hacen que la gente se ría de él», explica el rubio capitán de la serie de Antena 3 «El barco» (de la que está rodando a la vez nuevos episodios). El cuarto personaje es Marina: imaginen arrastrar el sambenito de haber sido la niña de San Ildefonso que se equivocó ante millones de espectadores al cantar el Gordo; la misma que años más tarde volvió a meter la pata al retransmitir las doce campanadas de Nochevieja. Pues eso le ocurre al personaje que interpreta Pepa Rus: la pesadilla de cualquier periodista. En el fondo, explica Artero, «lo que el montaje quiere demostrar es que los problemas son relativos. Todos en teoría acaban mejor que empezaron».
Cuenta el actor que se trata de «una comedia reflexiva en la que te ríes mucho. Al principio el humor puede parecer disparatado, porque algunos personajes están muy llevados al límite, sobre todo el mío, o el problema que tiene el de Ángel, a pesar de que es el más contenido». Y matiza Ángel Pardo: «La reflexión viene luego. Al final hay unos monólogos en los que te cuentan cosas que te van a hacer pensar. Pero la eso surge cuando la gente deja el patio de butacas».
Esta comedia de personajes nació tras el buen resultado de «Mentiras, incienso y mirra», la anterior propuesta de Iborra, que aquí repite no sólo como coautor sino como director. Elisa Matilla y Ángel Pardo, además de protagonistas, eran coproductores de aquella pieza y ahora repiten, junto con Juanjo Artero, que los acompaña dentro y fuera de escena en este proyecto. Y no dudan en afirmar que hay una marca de la casa que se repite en el teatro del autor de esta pieza: «La mala leche Iborra», bromea Matilla. «El público se cree que está riéndose de ellos hasta que descubre que se está riendo de sí mismo».
Subir a cantar
Todo surgió, prosigue la actriz, una noche en el karaoke de la calle Mostenses, con Antonio Albert y Juan Luis Iborra: «Fuimos a cantar unas canciones y a Juan Luis se le ocurrió hacer una obra al ver a la gente que había allí. Hay muchas personas que van solas. Están a las siete de la tarde, con su copa o su coca-cola, esperando a que llegue su turno para cantar. Son personas adictas, incluso extrañas. Yo voy a veces con amigos, pero es algo lúdico, no un rezo diario». Y un detalle: si van a ver la obra, no lleguen con el tiempo justo, porque hasta que se apagan las luces, se puede subir a cantar si se quiere. «Así, mientras el público se sienta, ya se está empezando a reír», aclara Pardo. Y lo corrobora Matilla: «Funciona como un karaoke. No servimos copas, pero es lo único».
De Julio Iglesias a Nino Bravo
Está claro que el repertorio del karaoke de Albert e Iborra responde a una generación y un estilo. Todo es música española melódica de los 70. «Cada personaje tiene su canción, pero es sólo la mitad:el estribillo y una estrofa», explica Artero, a quien le toca «Yo soy aquel», de Raphael. Hay un recorrido estacional en los temas, que viajan emocionalmente del otoño al verano, explica Ángel Pardo, «pero que el público no se asuste, que no es un musical para nada». Su tema es «Libre», de Nino Bravo, Elisa Matilla entona «En un mundo nuevo», de Karina, y Pepa Rus «La vida sigue igual», de Julio Iglesias. Todos asesorados en lo musical por David San José.
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