Crisis económica

Más al que mejor lo hace

La Razón
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Se está intentando instalar en nuestro país un sentimiento de animadversión hacia nuestro sistema financiero, tratando de convertir a sus gestores, responsables de la profunda crisis económica que nos azota desde 2007. Para ello, se ponen de manifiesto dos circunstancias, por un lado, que en la época de bonanza no ejercieron su función prestamista con responsabilidad, concediendo créditos de forma irresponsable, y por otro, que sus gestores tienen sueldos desorbitados. El simplismo del razonamiento es desalentador si se instala entre quienes tienen la obligación de tomar decisiones políticas, y aterrador si se instala en la sociedad; este tipo de razonamiento en una sociedad altamente endeudada puede llevar al imaginario público una sensación de injusticia social, y comenzar a explicar y a justificar moralmente la no satisfacción de créditos y deudas, lo cual nos sumiría en una situación de caos social donde la ley y su cumplimiento estaría seriamente comprometida; igual razonamiento podríamos hacer a la hora de pagar impuestos, si considerados que nuestros gestores públicos son unos irresponsables. No me corresponde a mí defender a nadie ni a nada, y menos al sistema financiero español, pero lo que sí me gustaría recordar es, que hasta la actualidad, más de la mitad de nuestro sistema financiero lo constituían las cajas de ahorros, en las cuales las administraciones y sus representantes políticos tenían mucho que ver en su gestión, hasta el punto de que tenían una responsabilidad directa en el nombramiento de sus gestores, en las decisiones principales sobre enormes, y en algunos casos irresponsables, financiaciones de actividades absolutamente deficitarias. Con esto, lo único que quiero poner de manifiesto, es que si se hacen juicios de responsabilidad de carácter popular y populista, se deben reconocer muchas responsabilidades que trascienden a los gestores de las entidades financieras privadas. Pero de todas estas críticas, la que me parece más desenfocada es el sueldo de los gestores, por lo que supone de negación de uno de los elementos más dinamizadores de nuestra sociedad. El que un responsable de cualquier organización, perciba un gran sueldo, no es principio ni malo ni bueno, ni justo e injusto. Tales notas se deben predicar de estos sueldos, unidos a la evaluación del concreto desarrollo de sus responsabilidades, de tal modo que el consejero delegado de una empresa o el presidente de una entidad financiera, que con su gestión proporcione a los accionistas pingües beneficios, se merece percibir un premio como consecuencia de su exitosa gestión, y al revés, un castigo. Un sistema que no premia la excelencia con bonus económicos es un sistema económico destinado a perecer. No es injusto que quien es excelente en su gestión y provoca grandes beneficios para sus accionistas y depositarios sea primado con un buen sueldo; por contra, lo que es injusto es mantener a pésimos gestores al frente de instituciones privadas y públicas, no se merecen ni el sueldo mínimo interprofesional. No es malo un sistema que paga por productividad y excelencia, y esto debería trasladarse a la inmensa mayoría de la actividad humana, y, en especial, a la función Pública, donde se debe hacer un esfuerzo por medir el concreto desempeño de los cometidos, para pagar más al que mejor y más hace. Las concepciones tomistas sobre el dinero estaban henchidas de una muy buena intención, pero provocaron que los países católicos se empobrecieran y los protestantes se enriquecieran; Santo Tomás no concebía el dinero como algo diferente a su relación con el valor de un bien, y no aceptaba que el dinero pudiera convertirse en un bien que vale por sí mismo, y que el mero paso del tiempo pudiera generar más valor en el mismo, considerando los intereses como algo usurario en esencia; parece que hoy algunos se han convertido en tomistas sin haber leído su obra. Esta misma diatriba se puede predicar del trabajo, el desempeño de las responsabilidades no debe ser valorado de igual forma por la mera asignación formal de tareas, se puede y se debe primar la productividad, y sobre todo el cumplimiento excelente del empleo. En un mundo ideal, la propia responsabilidad del ser humano debería ser suficiente para generar un adecuado cumplimiento de las obligaciones laborales, pero en nuestro mundo real, no es así, y se deben establecer todos los ámbitos de la actividad, sistemas retributivos variables en función del concreto desarrollo de cada trabajo, y en la función Pública sin lugar a dudas.
No debería escandalizar un sueldo de un alto ejecutivo de una entidad financiera, en el que más de un 70 por ciento del mismo, lo perciba por objetivos. Ojalá lo pueda cobrar, porque ello significaría que habría ayudado a mejorar la economía familiar de miles y miles de accionistas, haciendo más por los ciudadanos que muchos responsables políticos.