Criminalidad

“Cuando no sirve más el cuerpo nos pegan un tiro y morimos dentro”

Margarita Meira
Margarita Meiralarazon

“Me trajeron de chica cuando tenía 14 años de (la provincia de) Misiones a conocer Buenos Aires. Llegamos a una casa en un campo, dentro había un montón de nenas sentadas en una mesa larga, desnudas”, recordó Sabrina. Ahora tiene 34 y hace 11 años escapó de una red de trata de personas que opera en Argentina y cuenta con complicidad policial. Su compañera, Luciana, le daba fuerzas para que pudiera relatar su historia, ella también fue víctima de una organización de tráfico de personas que funciona en Sudamérica. Se conocieron en un refugio del Estado que debía brindarles asistencia tanto psicológica como la posibilidad de reinsertarse en la sociedad, pero tras denunciar lo que sufrieron las causas quedaron archivadas. Actualmente deben permanecer protegidas, con identidad reservada, ocultas de la vista de los esclavistas que se dedican a secuestrar, violar y prostituir niñas, adolescentes y mujeres a cambio de dinero.

Sabrina estuvo desde los 14 años hasta los 22 en ese “campo”. Se trataba del pueblo de Magdalena que queda a 106 kilómetros de la Capital Federal. La “casa” servía de prostíbulo. “La primera vez que intenté huir fue a los 18, por una ventana. A mitad de camino, en ropa interior con bombacha y corpiño me agarró de los pelos la Policía y me trajo de nuevo. Me cagaron a palos entre todos: los policías, la dueña y el dueño”, relató Sabrina. Pensaron que de esa forma la podrían volver a someter, corregir y castigar. Cuatro años más tarde y “gracias a un cliente” logró escapar por el ventiluz del baño. “Salí embarazada de ahí. Hoy mi hija tiene 16 años”, contó. Sostuvo la mano de su amiga para no descompensarse, los recuerdos le seguían haciendo daño.

Luciana con 27 años abandonó Bolivia después de ser prostituida desde los 14. A mitad de 2019 arribó al país engañada, y su testimonio forma parte de las múltiples herramientas con las que cuentan estas organizaciones criminales para apropiarse de las mujeres. “Me dijeron que iba a trabajar y a estudiar. Al llegar me encerraron en Laferrere (una localidad a 24 kilómetros de Buenos Aires). No conocía la luz y nos drogaban para ser violadas”, explicó. La operación se repite: niñas, adolescentes y mujeres son recluidas en prostíbulos que simulan ser casas de familia. “En donde estuve había niñas de 12, 13 y 14 años. Cada dos semanas llegaban más chicas. Estaban algunos días y luego se las llevaban a otro sitio”, describió. Las jóvenes terminaron en un albergue de paso, para luego ser trasladadas a burdeles de la capital y alrededores.

Las redes de trata de personas que agarraron a Luciana trabajan a gran escala y con sedes en Brasil, Perú, Chile, Bolivia y Argentina. “Una amiga que era menor de edad cruzó la frontera como mayor. Pasó como si nada, con documentación falsa por Yacuiba” (ciudad boliviana que limita con la provincia de Salta), “se sabe que es el territorio por donde continuamente trafican personas”, reveló.

Ella no fue reubicada porque la usaban “de madre” para las demás niñas que traían. “Tenía que cocinarles, lavarlas y darles de comer. Por eso no me llevaron a otro lugar, pero igualmente me drogaban para violarme. Una día escapé y vagué por la calle pidiendo ayuda hasta que di con un refugio”, rememoró Luciana. Luego de denunciar su situación hace cinco meses, la Justicia argentina la encomendó a una de las Casas Refugio que dependen del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos y se olvidaron de ella. “De mí causa no sé nada hasta ahora. Me movieron a un último refugio para devolverme a Bolivia. La red que me traficó primero es la misma que ahora me está buscando. Tengo amenaza de muerte en mi país”, develó. Se enteró por su madre cuando intentó comunicarse con su familia: “Mi mamá me dijo ‘no me llames, cuelga la llamada porque mi celular debe estar pinchado. Tengo miedo, me han mandado fotos de nuestra casa. A tu hermana nos las han querido secuestrar dos veces’”, relató.

Las dos amigas pasaron la mayor parte de su vida huyendo. Están cansadas, pero los programas de asistencia del Estado no les han servido. “Nunca han hecho nada para protegernos, nos tenían guardadas en refugios a puertas cerradas. Estábamos un mes o dos y dependíamos únicamente de ellos, si nos podían mantener una semana entera a fideos hervidos lo hacían”, contó Sabrina.

“Lo único que quiero es tener un trabajo digno, normal y no puedo porque nadie se hace cargo de esto”, afirmó. A mitad de 2017, Sabrina, por falta de una asistencia real para poder retomar sus estudios, conseguir trabajo y lograr reinsertarse en la sociedad se vio obligada a volver a la única vida que conoció desde que fue secuestrada. Esta vez, entró en lo que la jerga se denomina como “privados” o trata blanda. Los proxenetas ponen el sitio, que puede ser desde un apartamento o una habitación en el fondo de un comercio con pinta de bar y les imponen un monto a dejar. A pesar de que el “mutuo acuerdo” les permita abandonar a los tratantes cuando quieran, en realidad, buscan engancharlas a las drogas para que indirectamente siempre haya cadenas entre sus brazos.

Desde la Asociación Madres Víctimas de Trata (MVT) llevada adelante por Margarita Meira explican que “casi no hay chicas libres. Dicen que sí porque que ya no tiene opción de vida, pero una vez que estás dentro hay un sistema de deudas y ‘endrogamiento’ que te obligan a necesitar la droga para poder mantenerte y además les debes plata a estos tipos. Entonces, comienza a ser trata de personas a los tres días”. La MVT lucha para visibilizar los casos de chicas desaparecidas, participar como querellas en las causas con sus propios abogados, brindar contención y apoyo a las familias y a las víctimas recuperadas de la explotación sexual.

La asociación comenzó a raíz de la lucha de Margarita por recuperar a su hija, Susana Betker, que a los 17 años desapareció, ingresó al circuito de la trata de personas y fue asesinada. “Mi hija está muerta, nada me la va a devolver. Pero hay miles de chicas desaparecidas allá afuera que nadie sabe donde están”, expresó.

En cuanto a la decisión de Sabrina de volver a la prostitución definió: “Ya nos han robado y quitado la dignidad. Las mujeres no nacimos para ser putas, sino que dentro de los prostíbulos nos hacen putas por plata. Uno no decide, se tiene que dejar hacer y seguir siendo un juguete sexual”. Gracias a los refugios, supuestamente podrían volver a una vida “normal”, pero estos no las ayudan. “Un día me sacaron de uno de estos refugios y me tiraron en la casa de una amiga, sin plata ni comida. Allí me dejaron, a cargo de mí”, describió.

Estos lugares de trata “blanda” aprovechan un hueco legal para zafarse de la Justicia: “Cuando vienen los allanamientos teníamos que decir que trabajábamos para nosotras”, mencionó, y graficó que generaban cerca de 5.000 pesos por anoche, alrededor de US$ 91. Aparejado, los prostíbulos venden un 1 kilo de cocaína por día, que hasta 2018 en Argentina estaba valuado entre 3.000 y 4.000 dólares. Las mujeres debían dejar del 50% al 60% de lo que sacaran y eran forzadas a consumir drogas si el cliente pagaba. “Hace dos años y medio hubo un allanamiento y entregué a toda la mafia. La Policía me dejó en los refugios que debían ayudarme, pero nunca lo hicieron”, indicó Sabrina.

Hoy en día ella no puede caminar sola por la calle: “Tengo miedo de que me agarren de nuevo de los pelos, me metan a un auto para volverme a prostituir, matarme a palos o a tiros. Porque eso es lo que hacen con nosotras, cuando no sirve más el cuerpo nos pegan un tiro y morimos dentro. Total nadie se entera”.