Filipinas
Filipinas elige a «Harry el sucio» como presidente
Rodrigo Duterte, partidario de las ejecuciones sumarias, gana las elecciones presidenciales con la promesa de erradicar el crimen
Rodrigo Duterte, partidario de las ejecuciones sumarias, gana las elecciones presidenciales con la promesa de erradicar el crimen
«Olvidaros de las leyes en materia de derechos humanos. Si llego a la presidencia del Gobierno, voy a hacer justo lo que hice como alcalde. Vosotros los traficantes de drogas y los secuestradores mejor iros, porque si no me matáis a mí, yo os mataré». Éstas fueron las últimas arengas que el que fuera alcalde de la provincia filipina de Davao, Rodrigo Duterte, lanzó a sus votantes el sábado al cierre de la campaña electoral.
Dos días después y a la espera del recuento final, Duterte, de 71 años, es el candidato más votado para alcanzar la Presidencia del país por los cerca de 55 millones de filipinos que ayer acudieron a las urnas para elegir además a su vicepresidente, senadores, congresistas y unos 18.000 cargos del gobierno provincial y local. Escrutado el 87,87% de los distritos electorales, Duterte ha recibido 14,8 millones de votos, casi el doble que sus rivales.
Duterte llegará al Gobierno avalado por una trayectoria política de 22 años como alcalde de Davao, la cuarta ciudad por tamaño del país y a la que dio un radical cambio de imagen con su política de acabar con la delincuencia instaurando escuadrones de la muerte que acabaron con la vida de miles de ciudadanos bajo su mandato, según acusan organizaciones de defensa de los derechos humanos. Con un compromiso de acabar con la delincuencia en el país en un plazo de seis meses, Duterte ha amenazado con disolver el Senado, reescribir la Constitución e incluso la idea de instaurar un Gobierno unipersonal si los legisladores obstruyen su política de tolerancia cero.
Polémico empedernido, se ha venido dirigiendo hacia su electorado sin pelos en la lengua y escalando hasta liderar todas las encuestas preleectorales sin dejar que comentarios machistas, cuestionables judicialmente o polémicos le hicieran perder un ápice de apoyo popular. Entre ellos cuando se burló diciendo que «debería haber sido el primero» en la violación en grupo de una misionera australiana asesinada en 1989 en Davao, al decir que mataría a sus propios hijos si supiera que consumían droga o cuando mandó «al infierno» a un grupo defensor de los derechos de la mujer.
La última salida de tono llegó a horas de cerrarse la campaña electoral, cuando llamó hijo de puta al presidente saliente Aquino, después de que éste comparara sus intenciones políticas con las de Hitler y su llegada al poder con una vuelta a la dictadura.
Con todo, dejó atrás a los cinco candidatos que competían en la carrera presidencial, entre ellos a la senadora Grace Poe, la opción más alternativa a las figuras políticas tradicionales con una historia de cine a sus espaldas, abandonada de bebé para ser adoptada por estrellas del celuloide nacional con aspiraciones políticas.
Pese a que el país se encuentra en línea ascendente, su crecimiento se sitúa en torno al 6,5% y una inflación baja, a Duterte aún le queda una labor ardua en materia económica, una cuarta parte de los 100 millones de filipinos viven por debajo del umbral de la pobreza, las sequías y los destrozos ocasionados por los tifones siguen amilanando un sector agrícola, que tampoco encuentra apoyo en las carentes infraestructuras de gran parte del país.
A sus preocupaciones por el control de la violencia y la mejora económica, Duterte deberá sumar las de política exterior, especialmente en cómo va a definir sus relaciones con China, con quien mantiene disputas geopolíticas en el Mar del Sur de China. Asunto que será seguido muy de cerca por el Gobierno estadounidense, hasta ahora gran aliado filipino a quien ve en la ex colonia española una pieza clave en su política exterior en territorio asiático.
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