Crisis política en Italia
El golpe de «Piccolo Berlusconi»
Matteo Renzi / Secretario general del Partido Democrático
Italia merece con toda justicia el calificativo de «hombre enfermo de Europa». Sus males no son, desde luego, recientes. Tras la Segunda Guerra Mundial, resultaba obvio que Italia, con el tercer partido comunista de Occidente –el primero era el francés–, no podía entregarse a la URSS por las urnas. En sus primeras elecciones, se creó un sistema en el que el Gobierno sólo podía recaer en la Democracia Cristiana.
Existían libertades políticas incuestionables y los comunistas podían conquistar alcaldías, pero cuando Aldo Moro pretendió formar una gran coalición en la que entrara el PC, fue secuestrado y asesinado sin que hasta la fecha se hayan esclarecido los detalles de su muerte. Desde los años 70, a los rumores de golpe de Estado al poder regional de las distintas mafias se sumaron el intento de formar coaliciones en los que la desacreditada Democracia se vio desplazada por el Partido Socialista. Pero los socialistas no fueron más honrados. En 1992, la operación «mani pulite» (manos limpias) destapó la inmundicia del universo de tangentópolis regido por Bettino Craxi y colocó a la nación en un vaivén de escándalos que desembocaron en la «era Berlusconi». Para colmo, entre los extertores del berlusconismo se produjo la crisis económica. Italia intentó solventar la crisis recurriendo a un Gobierno de técnicos que, desde abril de 2013, encabezó Enrico Letta. Procedente de la Democracia Cristiana, presidente de las juventudes del Partido Popular Europeo, ministro de Asuntos Europeos en el primer Gobierno de Massimo D'Alema, Letta fue uno de los fundadores del Partido Democrático (2007). Sin embargo, su paso por el partido no estuvo exento de complicaciones. Tras la dimisión de Walter Veltroni a la cabeza del PD, Letta decidió apoyar a Pier Luigi Bersani como secretario general y así se convirtió en vicesecretario general. En abril de 2013, Bersani se vio forzado a dimitir al no poder formar Gobierno. Tan sólo unos días después, el presidente de la República, Giorgio Napolitano, invitó a Letta a hacerlo. Letta lo consiguió sumando a su PD el Pueblo de la Libertad de Berlusconi y Elección Cívica de Mario Monti. El mandato comenzó bajo los peores auspicios porque durante la jura del Gobierno un hombre disparó contra la sede hiriendo a dos carabineros y a una mujer encinta. Pero lo peor para Letta fue su compañero de partido Matteo Renzi. De tan sólo 39 años y alcalde de Florencia, Renzi tiene la seguridad de aquel que se considera llamado a altos destinos. A finales de enero, Renzi se permitió invitar a merendar al mismísimo Berlusconi en la sede del PD. El gesto –equivalente a llamar a «Il Cavaliere» para que se levantara de entre los muertos políticos– provocó no escasa polvareda en los medios, aunque escasa reacción entre unos ciudadanos cansados. A los pocos días, el presidente del PD dimitió, pero Renzi fue respaldado por la cúpula del partido. Desde aquel momento, Letta se vio puenteado por un Renzi que pactaba con Berlusconi a sus espaldas cuestiones tan relevantes como una nueva ley electoral. Por supuesto, Letta intentó imponer su autoridad, pero la respuesta de Renzi fue que, si el presidente no respetaba sus pactos con Berlusconi, el PD dejaría caer al Gobierno.
Finalmente, ayer, Renzi rechazó unas elecciones anticipadas, pero exigió la formación de un nuevo Ejecutivo que durara hasta 2018 y concluyera las reformas. De manera significativa, Renzi señaló la posibilidad de transformar el periodo legislativo actual en constituyente. La incógnita ahora es si el secretario general del PD seguirá avanzando hacia un nuevo orden constitucional con él a la cabeza o si tan sólo se ha limitado, involuntariamente, a preparar el regreso de la gente de Berlusconi.
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