Entronización
Generación Máxima
Los consortes de los herederos proceden de la clase media, tienen estudios y son profesionales. Combinan juventud con experiencia y han podido aprender de errores anteriores
El 27 de abril, el hijo mayor de la reina Beatriz de Países Bajos cumplió 46 años. Hoy, tres días después, se convierte en soberano de Holanda con el nombre de Alejandro Guillermo I. Siendo un tema de trascendencia, los medios de comunicación hemos dedicado una atención especial no sólo a su figura, la de su simpática esposa, y a su familia, sino también a esa nueva generación de príncipes herederos que «¡por fin!» llegan al trono tras haber soportado, no traiciones y guerras como antaño, sino una larga espera no exenta de riesgos.
Parece que todo fuera nuevo en esa generación que hoy empieza a incorporarse a los tronos de las monarquías parlamentarias. Son jóvenes, guapos, tienen hijos o hijas que garantizan la sucesión y, sobre todo, están magníficamente preparados para reinar. No seré yo quien salude este relevo con profecías agoreras que tampoco vienen a cuento, pero hay un hecho incontestable: un cambio en la Jefatura del Estado produce sobre todo si se hace como en Holanda, en un momento de tranquilidad una reacción favorable a la institución, que es de lo que se trata.
Porque hoy veremos desfilar entre los invitados a un Carlos de Inglaterra que, a los 65 años que cumplirá en noviembre, sigue siendo príncipe heredero. Durante este tiempo a la espera ha conseguido superar las más altas cotas de desprestigio y falta de apoyo popular. Pero nada como tener una madre longeva para que el tiempo ayude a olvidar viejos errores y agravios.
No es una nueva generación la que se incorpora a partir de Guillermo Alejandro I a los tronos de Europa. Es una generación madura que ha conseguido superar los pecados de juventud con experiencia y, sobre todo, con enmienda. Son príncipes y princesas que han estudiado, formado una familia, ayudado a sus padres en las tareas de gobierno, soportado los errores y disparates de sus familias, que han tratado a políticos de distintas tendencias. Y sobre todo, que han podido conocer a fondo los organismos e instituciones de su Estado.
Todo eso es mucho, pero no lo es todo. Cada soberano siempre se ha tenido que enfrentar a problemas y situaciones que no estaban en el manual de instrucciones. Así fue también en el caso de Holanda.
Tras los reinados de Guillermo II (1792-1849) y de Guillermo III (1817-1890), las mujeres llegaron al poder y lo llenaron de prestigio. Ya la reina Emma, esposa de Guillermo III, fue regente hasta la mayoría de Guillermina (1880-1962). Y luego vendría Juliana (1909-2004), que se casó con Bernardo de Lippe-Biesterfeld, un príncipe alemán, y de cuyo matrimonio nacieron Beatriz (1938), Irene (1939), Margarita (1942) y Cristina (1947). Todo dentro de un orden hasta que estalló la crisis.
En 1976 se descubrió que el príncipe Bernardo había aceptado un soborno de 1.100.000 dólares de la Lockheed Corporation, una empresa estadounidense de ingeniería aeronáutica, para que influyera en el Gobierno holandés en la compra de varios aviones de combate F-104. La investigación dio lugar a un informe que incluía una carta del príncipe a la empresa aeronaútica en la que pedía «comisiones» por la compra de los aviones. A pesar del informe, no hubo proceso judicial, pues la reina Juliana amenazó con abdicar si su marido era juzgado. No fue juzgado, pero Bernardo de Holanda tuvo que renunciar a su cargo de inspector general de las Fuerzas Armadas. Aceptó no volver a vestir su uniforme, con la salvedad del funeral de Lord Mountbatten de Burma en la conmemoración del día D, y en su propio funeral. Pero aquel escándalo no llegó solo. Le siguieron algunos más sobre su vida pasada que dejaron a la monarquía bastante tocada.
Si cuento todo esto es por dos motivos: el primero, para que recodemos que la popularidad es algo que se adquiere, pero que también se pierde aunque se pueda recuperar. Y segundo, para que pensemos que esa nueva generación de príncipes y ya reyes se deberán enfrentar a retos y problemas que ahora ni siquiera imaginamos. Todo va más rápido y, aunque la edad y juventud ayuden, las monarquías siguen arrastrando una historia y tradición que puede resultar un lastre si no se saben adaptar a los nuevos tiempos, al servicio de sus ciudadanos. De lo que no tengo duda es de que la nueva pareja real ya sabe lo que sus respectivas familias tienen detrás. Ahora solo les toca mirar al futuro. ¡Que tengan suerte!
EL PRÍNCIPE CARLOS, YA ESTUVO EN LA ENTRONIZACION DE LA REINA BEATRIZ
El príncipe Carlos de Inglaterra, de 64 años, acudirá a la entronización de Guillermo y Máxima. Carlos está familiarizado con la ceremonia, ya que acudió en 1980 a la coronación de la reina Beatriz, a la que ahora verá abdicar. El príncipe se ha convertido en el «eterno heredero» de las monarquías europeas.
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