Acoso sexual
La punta del iceberg
El caso de los abusos sexuales en Oxfam reduce las ventas de la ONG. «El ambiente está tenso», admite el director de una tienda.
El caso de los abusos sexuales en Oxfam reduce las ventas de la ONG. «El ambiente está tenso», admite el director de una tienda.
«El ambiente está tenso, para que te lo voy a negar. No es fácil venir a trabajar. Sientes cómo la gente te mira. Y muchos hacen preguntas para las que no tienes ningún tipo de respuesta. ¿Tengo yo la culpa de los abusos o las orgías con prostitutas?», se pregunta Michael mientras coloca diferentes artículos de segunda mano en las estanterías. Hay un poco de todo: zapatos, ropa, CD de películas. Este británico, de origen maltés, tiene 31 años y lleva dos como encargado de una tienda de Oxfam en un barrio del noreste de Londres.
Michael no es su nombre real, pero ocultar su identidad es parte del acuerdo al que llega con LA RAZÓN para poder contar el clima que se respira ahora dentro de las tiendas después de que la ONG británica, hasta ahora una de las más respetadas del mundo, se haya visto envuelta en el peor escándalo de su historia.
Todo empezó a principios de mes. «The Times» sacó a la luz que los responsables de la agencia humanitaria al frente de la misión de Haití en 2010 organizaban fiestas con prostitutas mientras tenían lugar las labores de rescate del terremoto que desoló al país. Desde entonces, no han cesado las denuncias de abuso. Tanto en las misiones en el extranjero de la organización, como en las 650 tiendas que Oxfam tiene repartidas en el Reino Unido, responsables en gran parte de su fuente de ingresos.
Helen Evans, que entre 2012 y 2015 estuvo al frente de seguridad de la ONG, aseguró esta semana que menores de tan sólo 14 años que están como voluntarios en los establecimientos denunciaron abusos sexuales por parte de compañeros de trabajo sin que hubiese ninguna respuesta por parte de la dirección.
En los últimos nueve años, Oxfam ha tenido 268 «incidentes de salvaguarda», acusaciones de explotación y abuso sexual. De estos, 110 tuvieron lugar en el extranjero y 123 en las tiendas.
Michael asegura que cuando él entró a trabajar existía una política para comprobar si había historial criminal. Pero no siempre ha sido así. «Es cierto que hay menores que vienen como voluntarios. Si están de cara al público, siempre tienen que estar con un supervisor. Pero generalmente están ayudando en los almacenes. La tienda que ves es sólo la parte de abajo del local, pero luego hay otras tres plantas. Yo no te puedo decir lo que ha ocurrido en otros almacenes, yo sólo controlo lo que pasa aquí. Me da mucha pena porque mi gente hace una labor para la comunidad maravillosa y estamos pagando justos por pecadores. Aquí nunca ha pasado nada malo, pero sí hemos visto descender ahora la clientela», señala.
Es complejo sacar algunas palabras estos días a los trabajadores de estos establecimientos. La mayoría opta por guardar silencio. «Nada que decir», asegura la responsable de otra tienda localizada en un barrio del sur de la capital. En esta ocasión, es todo libros de segunda mano. Matthew, uno de los clientes habituales, asegura que «lamenta de verdad lo que está ocurriendo». «Esta tienda lleva años aquí, es como la librería del barrio. Aquí hay muchas mujeres mayores que trabajan como voluntarias. La mayoría de cooperantes hacen una labor fantástica. Yo me crié en la India y sé lo que es la pobreza. Así que me daría mucha pena que estas tiendas y las misiones humanitarias se fueran al traste sólo por un puñado de manzanas podridas», confiesa.
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