Colombia
Los 8.200 enemigos (imaginarios) de Maduro
El presidente recrudece la persecución de los colombianos en la frontera, que se hacinan en la otra orilla del Táchira
El presidente recrudece la persecución de los colombianos en la frontera, que se hacinan en la otra orilla del Táchira
Karelis Julio apenas alcanzó a meter en una maleta un par de mudas para sus cuatro hijos ni sus identificaciones. La Guardia Nacional Bolivariana tocó a su puerta el domingo 23 de agosto en el barrio Mi Pequeña Barinas, un asentamiento irregular de colombianos en San Antonio Táchira, y se los llevó a migración. Karelis lleva desde los 12 años en Venezuela, pero al igual que su marido, es colombiana. De nada importó que sus cuatro hijos, entre un mes y medio y 7 años hubieran nacido en Venezuela. Toda la familia fue deportada en autobús a Colombia y a su casa le pintaron una «D», la orden para demolerla. Apenas dos días antes, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, había decidido cerrar el puente fronterizo Simón Bolívar que separa, por 315 metros, San Antonio en Venezuela, de Villas del Rosario, en Colombia. El detonante fue que un grupo de hombres armados hirió a tres militares y un civil venezolanos que realizaban una operación contra el contrabando en esa frontera.
El Gobierno venezolano los acusó de ser paramilitares colombianos y decidió expulsar a los indocumentados del país vecino. Además estableció el estado de excepción en su territorio. «Para limpiar de paramilitarismo, de criminalidad, de bachaquerismo (contrabando), de secuestros, de narcotráfico, he decidido cerrar la frontera en el estado de Táchira», dijo el viernes Maduro ante sus seguidores. Mientras, a nivel internacional la situación se deteriora. La reunión de las ministras de exteriores de ambos países el miércoles en la ciudad colombiana de Cartagena fue un fracaso. Ahora están cerrados seis pasos fronterizos y han deportado a 1.097 colombianos. Otros 7.162 connacionales huyeron por el río con sus pertenencias antes de que fuera demasiado tarde.
Alexander Castro es uno de ellos. Cuando vio que empezaban a demoler las casas agarró todo lo que pudo y cruzó el río. Regresó varias veces para traerse la nevera, el televisor, los colchones, incluso algunas láminas de zinc. Ahora duerme con todo eso en un campamento improvisado junto al río Táchira, en la orilla colombiana. De ahí, se vislumbra perfectamente su antiguo país de acogida. «Mire, uno se fue allá y le iba bien, tenía trabajo, la vida es más barata, le subsidian a uno la luz, los gastos de la casa, pero de repente, de un día para otro nos hicieron pasar a todos por paramilitares, y nos dejaron sin nada. Pagamos unos por otros», relata Castro.
Quienes tienen muchas pertenencias acamparon con ellas –ya que no pueden meterlas en los albergues– y duermen en sus camas al aire libre haciendo una pared con la nevera, el somier o los enseres que trajeron. Para el resto de personas, Colombia ha establecido ocho albergues temporales donde los damnificados reciben ropa, comida e incluso cunas u otras necesidades para los niños, como los de Karelis que ya lleva una semana viviendo ahí y espera que el Gobierno colombiano cumpla su promesa de facilitarles una casa pronto porque ya no sabe qué hacer con los cuatro niños en el albergue. Quince años después de haber dejado su país, no tiene donde ir. «Si en otras partes expulsan familias, nosotros seguiremos acogiendo; si en otras partes destruyen casas, nosotros seguiremos construyendo», afirmó ayer el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, en un evento en la capital, Bogotá. El sábado fue a Cúcuta y visitó a los damnificados a quienes les repitió una y otra vez que no les iban a dejar solos.
La segunda visita de Santos a la frontera se dio justo después que el viernes todos los partidos políticos cerraran filas junto a él en el Congreso y firmaran una declaración conjunta de respaldo al Ejecutivo. «Eso no se había visto hace décadas», aseguró Santos, contra quien han llovido fuertes críticas por su gestión diplomática. Cuando Maduro decidió cerrar la frontera inicialmente por 72 horas, su homólogo colombiano no reaccionó, atribuyéndolo a algo temporal y parte del histrionismo. La oposición, enfrascada ya en la campaña electoral para las elecciones departamentales y municipales del 25 de octubre, se le echó al cuello. Ahora el mismo ex presidente Álvaro Uribe, que hace unos días comparaba la expulsión de los colombianos a la persecución de los judíos en la Alemania nazi, se alineó con Santos aunque le reclamó «medidas enérgicas» contra Maduro. Uribe rompió cualquier relación con la vecina Venezuela cuando fue presidente mientras que Santos, pese a representar también un modelo económico y político opuestos al chavista, retomó la política del buen vecino y se llegó a hablar de «luna de miel» de Santos, primero con Chávez y luego con Maduro.
Pero el presidente Maduro, asfixiado por la mala gestión económica, recurrió a la política del enemigo interno para recuperar algo de la legitimidad política perdida. Los 2.229 kilómetros de frontera entre ambos países siempre han sido una línea porosa por donde se diluye todo, desde el contrabando de gasolina y el tráfico de drogas hasta la buena vecindad. Santos ya ha recurrido a la mediación de instituciones internacionales como la Organización de Estados Americanos (OEA) y Unasur. Pero la contestación de Maduro fue bailar en un acto público una tradicional canción colombiana que sus vecinos entendieron como una provocación.
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