Historia

Atenas

«Los alemanes no me mataron en la II Guerra Mundial y no lo van a hacer con el rescate»

Este pensionista griego de 91 años combatió a los nazis y fue acróbata durante 20 años. Los 800 euros de pensión que cobraba antes de la crisis hoy han quedado en sólo 340

Taki en su casa de Atenas
Taki en su casa de Atenaslarazon

Este pensionista griego de 91 años combatió a los nazis y fue acróbata durante 20 años. Los 800 euros de pensión que cobraba antes de la crisis hoy han quedado en sólo 340

Cada vez que sopla una ráfaga de viento, se agarra a la silla disimuladamente. De vez en cuando coloca la mano en su periódico, «Kontra», y no vacila a la hora de levantar el dedo con esmero para enfatizar los episodios importantes de su vida. Takihari Haritopoulos tiene 91 años y se ha pasado las mañanas de la última década sentado en la misma mesa de la misma terraza, en una cafetería del centro de Atenas. Pero no siempre estuvo allí. Ni al guionista más inspirado se le ocurriría escribir su historia.

Así la resume: «Moriré como nací: mendigando». Este pensionista recibe 340 euros al mes. Antes de los recortes eran casi 800 euros. «Por suerte tengo la casa pagada», reconoce, «pero mi hija tiene que ayudarme con algunos gastos». Al hablar de las últimas exigencias de los socios, Taki, para los amigos, se enerva. En concreto, al pronunciar «Alemania» el anciano irgue el brazo para soltar «muy crueles» con los ojos humedecidos. «Nosotros les perdonamos y ellos nos hunden», afirma sobre el Acuerdo de Londres de 1953, por el cual se condonó parte de la deuda germana tras la Segunda Guerra Mundial.

«Pasé un mes en la calle»

Nacido el 17 de febrero de 1925 en Agrinio, al sudeste de Grecia. Taki combatió contra los nazis en esa guerra. En aquel entonces ya se había trasladado con su abuela (profesora) a la capital. «Tenía 16 años y cuando empezó el conflicto, nos quedamos sin nada. Mi abuela murió de hambre y yo pasé un mes en la calle. Lo único que me quedaba era una navaja para cortar hierbas y comer. Pesaba 47 kilos», relata. «Ahora estoy gordo» añade con humor el hombre cuya piel son apenas pellejos. Aquella miseria no fue una novedad para él. Sus padres llegaron desde Ponto (al sur del mar Negro), durante el intercambio de poblaciones entre los helenos y los turcos en los años veinte. Creció en una familia de inmigrantes pobres.

Los partisanos le sacaron de la mendicidad para enrolarlo en sus filas. «Yo no soy de derechas ni de izquierdas, pero me tocó luchar contra los alemanes», subraya casi excusándose. En su ciudad, los nazis mataron a 120 personas. La batalla que más recuerda fue la de Anfilokia, que le dejó cuatro marcas de metralla en su estómago. En otra ciudad, Arta, vivió su episodio más trágico. «Vencimos la batalla y cuando todo el mundo salió a abrazarse y besarse, vinieron tres tanques y masacraron a casi todos», narra entre lágrimas. Sobre esos dos años de ocupación, Taki asegura que los italianos eran mejores que los alemanes: «Nos daban pan y se preocupaban por las familias. Los nazis tiraban un trozo de pan al suelo y cuando ibas a cogerlo te disparaban».

Tras la liberación de Grecia (1945), el país se enzarzó en una guerra civil entre comunistas y anticomunistas, que ganaron los segundos. A Taki lo encarcelaron por haber luchado en las filas partisanas y también porque su madre provenía de Rusia. «Me torturaron durante días hasta dejarme once meses en el hospital», explica. En cuanto pudo caminar escapó a Chipre, punto de partida de un largo exilio que duró hasta finales de los setenta.

Antes de marcharse conoció a su primera mujer, griega, con la que tuvo una hija, que luego le hizo abuelo. El nombre artístico de Takihari Haritopoulos es «Taki-Hari». El nonagenario fue acróbata durante dos décadas, una vocación que arrastraba desde pequeño y que le permitió recorrer medio mundo. Entre otros países, España, donde fue «muy feliz».

En ese tiempo conoció a su mujer, Erika, precisamente alemana y también acróbata, con la que compartió escenario. No tuvo hijos con ella, «porque se quedó embarazada tres veces y perdió a los tres durante los espectáculos». Se casaron en Berlín, por el rito católico. Perdieron todos sus ahorros en la Crisis del Petróleo (1973), pues confiaron en un oligarca británico e invirtieron su dinero en el «oro negro» con la promesa de triplicar la cantidad.

De vuelta en Atenas, la pareja se instaló en un minúsculo ático con terraza, donde todavía vive el anciano. A Erika (su mujer) no le importaba que fuese pequeño el piso, «ella sólo quería mucho sol, no ves que era alemana», cuenta Taki emocionado con una mueca. Esa segunda esposa murió con 38 años. Desde entonces ve la vida pasar, solo, aunque con el apoyo de su hija y su nieto.

Durante los ochenta, como una mayoría de los griegos, se ilusionó con los socialistas del Pasok y su líder Andreas Papandreu. Para él, «cuando murió Papandreu (1996), murió la política». Ahora, desencantado como muchos compatriotas, ha perdido la esperanza de salir de la crisis. Por ese motivo, en las últimas elecciones votó a Syriza. «Tsipras es un buen hombre, honesto, y ha hecho lo que ha podido» justifica el anciano, que como tantos otros considera que la deuda se acumuló para salvar a los bancos y aprovecharse los políticos de turno, a quienes acusa de «corruptos». Y al final lo está pagando la población. «Antes tenía miedo de quedarme sin comida, ahora tengo miedo de quedarme sin medicinas», apunta.

«Robots» alemanes

A diferencia de la mayoría de griegos, Taki no es patriótico, «porque este país me ha rechazado más que aceptado», pero se lamenta de que los jóvenes tengan que irse al extranjero, como hizo él, para trabajar. «El Gobierno está vendiendo tierra, mar y aire», respecto al duro plan de privatizaciones impuesto por la troika, «y cuando nos demos cuenta no seremos más griegos, ni siquiera europeos, seremos robots a las órdenes de Alemania». Esa es la sensación que corre por Grecia desde la firma del rescate. El nonagenario no defiende ni se preocupa por la salida del euro y la vuelta a la dracma. «Pase lo que pase, yo ya no veré las consecuencias», señala.

Camina con pasitos cortos y simétricos, sin bastón. «¿Acaso has visto alguna vez un acróbata con bastón?» pregunta con una sonrisa picaresca de quien ha enamorado a teatros de todo el planeta. Camina los cincuenta metros desde su casa-museo hasta la terraza, saludando por a medio barrio. Se vuelve a sentar con Thanasis, Kostas y Dimitris, sus amigos «de toda la vida». Encima de la mesa las mismas hojas de un diario que estos días sólo trae malas noticias para Grecia. A Taki no le importa, lo tiene claro: «Los alemanes no me mataron en la Segunda Guerra Mundial. No lo van a hacer ahora. Voy a morir en mi casa, tranquilo, con mucho sol».