Inmigración

Los «Blackwater» humanitarios

La Razón
La RazónLa Razón

Una noche del pasado verano, Alemania. Tomando una cerveza, Harald Höppner e Matthias Kuhn, dos amigos empresarios, reflexionan acerca de los riesgos que corren los migrantes en el Mediterráneo: «Me recuerdan a los habitantes de Alemania Este que se jugaban la vida en el Muro de Berlín», comenta Harald. Parecen estar de acuerdo: «No podemos quedarnos de brazos cruzados mirando la televisión. Tenemos que hacer algo». SeaWatch es una iniciativa privada alemana que nace con dos objetivos: el primero, el más pragmático, es el de salvar vidas humanas en el mar. El segundo, es hacer presión a los gobiernos de Europa, empezando por el alemán, para dar alguna solución humanitaria a la cuestión migratoria. Es una de las tres ONGs presentes en las costas de Libia para el rescate de refugiados.

La financiación es privada: «Somos todos voluntarios y la sostenibilidad del proyecto se basa en las aportaciones económicas de ciudadanos individuales», explica Giorgia Linardi, responsable legal de la organización. Han participado muchísimas personas: «Artesanos, médicos, farmacéuticos y obreros, entre otros», aclara Harald Höppner.

Todo comienza el pasado mes de diciembre, cuando se concreta la base del proyecto: la compra de un barco en Rotterdam (Países Bajos) luego bautizado como «MySeaWatch». En primavera comenzó una travesía que durará dos meses antes de llegar, este verano, a Lampedusa (Italia).

El «MySeaWatch» es un viejo barco de 1917, que se utilizó para la pesca de atunes en el Mar del Norte durante décadas. Cien años después, ha entrado en acción para salvar a seres humanos. «¡Es lo que nos podíamos permitir! Eso sí, es tan viejo como resistente», comenta entre sonrisas Linardi. Y señala: «Queremos sumar ojos a la tarea de salvar a los migrantes a la deriva ante las costas africanas. Nuestro único mandamiento es la norma marítima por antonomasia: persona en el agua, persona que hay que salvar». Legalmente, nadie puede ir a rescatar personas sin permiso, hay reglas muy precisas al respecto. La base normativa y operativa de SeaWatch es el deber de socorro en el mar, un principio mundialmente reconocido, y obligatorio según el derecho del mar en el marco de las Naciones Unidas. Por eso, técnicamente, los voluntarios de esta ONG alemana no rescatan, sino que avistan embarcaciones: señalan su posición a Roma y se aproximan a ellas para que no se hundan. Sólo cuando la vida humana esté en peligro, entonces subirán alguien abordo. Para no entorpecer o violar algún tipo de soberanía, son coordinados de la Guardia Costera italiana.

El viaje del MySeaWatch desde Lampedusa hasta las costas de Libia dura un día. Es un barco de 20 metros de eslora, apto para 8 personas. Dada la duración del trayecto, las operaciones duran 10 días y hay 2 al mes, el resto del tiempo sirve para poner el buque a punto. Cada dos semanas se cambia la tripulación: personal médico, expertos marítimos, mecánicos de mantenimiento, etc. «Se precisa profesionalidad, fuerza y resistencia. El calor aprieta y hay turnos de guardia. Las situaciones, a menudo, son muy pesadas de sobrellevar tanto física como mentalmente», detalla la jurista.

El día a día del MySeaWatch es estar vigilando cerca de las 24 millas náuticas al norte de Libia, cerca de Zuwara, allá donde comienzan las aguas internacionales. Los viejos y maltrechos pesqueros son remolcados por otros más potentes hasta allí. Antes de desenganchar, los inmigrantes a veces – que no siempre– reciben un móvil con conexión satélite para que comuniquen su posición al MRCC (Maritime Rescue Coordination Centre), el Centro Operativo de la Guardia Costera en Roma, responsable del salvamento marítimo en el Mediterráneo Central.

«Frontex no está allí para salvamentos, sino para controlar la inmigración ilegal de la Unión Europea. Ahora bien, muchos barcos de la Operación Tritón terminan rescatando pero no de oficio, sino respetando el deber de socorro cuando Roma señala la posición de un barco a la deriva que, además, podría llevar horas o días así». «El contacto con los inmigrantes es un momento muy duro y emotivo», explica Linardi. «Los viajes de los puntos de partida pueden durar incluso 18 meses. Cuando ves mujeres embarazadas y solas, sabes que van a ser madre como producto de una violación». Según ella es difícil comprender esa realidad sin estar metido en ella: «No nos damos cuenta ni de la cantidad de personas que llegan, ni de las condiciones en las que lo hacen. Es una cotidianidad muy complicada». Las soluciones no parecen estar cerca: «Europa, como símbolo de la protección de la vida, debe encontrar una solución para salvar a los migrantes en el mar. Hay que abrir un canal legal, porque el mayor problema es la violación de los derechos humanos», apostilla el abogado de la ONG.