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Nueva Zelanda, el ataque de un lobo solitario

La investigación preliminar apunta que el terrorista actuó solo. Tenía licencia para poseer AR15, los rifles semiautomáticos con los que perpetró la doble matanza en las mezquitas, y ensayó en un club de tiro local. La primera ministra anuncia restricciones en el uso de las armas.

Brenton Tarrant, impasible y escoltado por dos policías, dibuja una «p» con sus dedos en su entrada al juzgado
Brenton Tarrant, impasible y escoltado por dos policías, dibuja una «p» con sus dedos en su entrada al juzgadolarazon

La investigación preliminar apunta que el terrorista actuó solo. Tenía licencia para poseer AR15, los rifles semiautomáticos con los que perpetró la doble matanza en las mezquitas, y ensayó en un club de tiro local. La primera ministra anuncia restricciones en el uso de las armas.

Flanqueado por dos policías, el ciudadano australiano Brenton Harrison Tarrant entró en la sala del juzgado de Christchurch esposado. Observó cada esquina con atención y con un gesto impasible hasta el momento en que conectó sus ojos con los de los periodistas que cubrían su comparecencia. Esbozó una pequeña sonrisa y con su mano derecha realizó un signo inquietante. Sus dedos meñique, anular y corazón quedaron levantados para dibujar una «w». Con el índice y el pulgar representó lo que se entiende como la parte superior de una «p». Ambas letras unidas se corresponden con las iniciales de «white power», que en castellano significa poder blanco. Por si quedaba alguna duda sobre su tendencia, por si no hubieran sido suficientes su manifiesto supremacista y el vídeo online que emitió mientras ejecutaba la peor masacre de la historia de Nueva Zelanda en dos mezquitas de Christchurch, donde se cobró 49 víctimas mortales y decenas de heridos.

Tarrant volvió a dejar claro que la suya es una causa alba, anti islámica y racista. Realizó el gesto mientras se acogía a su derecho de no decir una sola palabra. El juez, Paul Kellar, le despachó en un minuto tras leerle su cargo por asesinato y citarle ante el Tribunal Superior de Christchurch el 5 de abril. También pidió a los medios que no mostraran el rostro del acusado en sus emisiones y fotografías. Tanto las autoridades como la prensa del país oceánico y su vecina Australia no están por la labor de darle más publicidad de la que se merece al asesino más sanguinario que jamás haya actuado en el continente. Ni siquiera la primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, ha pronunciado su nombre ni una sola vez durante sus comparecencias ante los periodistas.

De los tres detenidos, hasta el momento el único acusado es Tarrant, por eso cada vez tiene más peso la teoría de que se trate de un lobo solitario, como su admirado, el noruego Anders Behring Breivik, quien asesinó en 2011 a 77 personas en Oslo y garante de otro gesto en el juzgado que dio la vuelta al mundo tras realizar el saludo nazi. Son muchos los espejos en los que se ha querido mirar el terrorista de Christchurch y ninguno estaba limpio. Nutría su radicalismo en silencio, de puertas para adentro y sin levantar sospechas en ninguno de los lugares en los que ha vivido, ni siquiera en su hogar más reciente, Dunedin, la segunda ciudad más grande de la isla sur de Nueva Zelanda y ubicada a 360 km del lugar donde ejecutó su macabro plan. Allí ha residido durante los dos últimos años, desde que regresó de Francia convertido en un absoluto radical extremista.

En Dunedin, Tarrant vivía una vida modesta en un apartamento de una sola habitación. Sus vecinos lo catalogan como una persona reservada que no compartía sus sentimientos, pero que al que le encantaba alardear de los lugares a los que había viajado en Asia y Europa, donde también pasó por España y Portugal. Desde 2017, había sido miembro del gimnasio South Dunedin, lugar en el que trabajadores y clientes todavía no pueden creer de lo que ha sido capaz. «Es una locura, nunca esperé que hiciera algo así», apuntó una usuaria de las instalaciones al diario local «Otago Daily Times».

Mantenerse en forma es una de sus aficiones, y la otra era acudir al Club del Rifle del Sur de Otago. El mismo año en que se mudó a Dunedin, y al mismo tiempo en que se dio de alta en el gimnasio, Tarrant se sacó la licencia de armas. Con varias diferencias, Nueva Zelanda tiene una permisividad similar a la de EE UU a la hora de adquirir el permiso para comprar y portar armas de fuego. Precisamente, ayer, la primera ministra neozelandesa afirmó que se pondrá manos a la obra para endurecer el acceso a dichas licencias. No ha sido casualidad que el terrorista australiano haya elegido el país vecino para urdir su plan, el cual ideó durante los tres meses anteriores a la masacre. En el Club del Rifle, a Tarrant le gustaba practicar con el modelo AR-15, un rifle semiautomático como los dos que usó durante el ataque a las mezquitas. Dos pistolas de asalto y un fusil de cerrojo –que precisamente compró en el club en 2017 y que se convirtió en su primera adquisición– completaron su arsenal.

En el club de tiro afirmaron que están «impactados» con lo sucedido. «Parecía tan normal como los demás», afirmó uno de los 100 socios. «Nunca había mencionado nada sobre los musulmanes. Todos nos sentimos traicionados por haber tenido en nuestro club a esta persona capaz de hacer estas cosas horribles», agregó antes de reconocer que Tarrant siempre se ofrecía para ayudar en lo que hiciera falta.

Cumplió con su rol de ciudadano normal a la perfección aunque su único objetivo haya sido el de ejecutar un plan ideado para propinar un golpe mortal a la comunidad musulmana, la misma a la que tilda de invasora y que representa el 1% de la población de 4,2 millones de habitantes del país. Para llevar a cabo su cometido, Tarrant esperó dos años en los que ofreció una imagen de chico reservado con una vida modesta en uno de los países más inocentes del mundo. Coló, y ahora Nueva Zelanda tendrá que adaptarse a un nuevo contexto. A una nueva realidad.