México

Paz en el reino de «El Chapo»

En Culiacán, capital de Sinaloa, no hay ni rastro de los 10.000 policías y militares que buscan al narco fugado. Nadie le denunciará. Allí, el cartel de Guzmán, el más poderoso del mundo, da trabajo e impone su ley

Un hombre venera al patrón de los narcos, conocido como Malverde
Un hombre venera al patrón de los narcos, conocido como Malverdelarazon

En Culiacán, capital de Sinaloa, no hay ni rastro de los 10.000 policías y militares que buscan al narco fugado. Nadie le denunciará. Allí, el cartel de Guzmán, el más poderoso del mundo, da trabajo e impone su ley

«Vea, aquí está todo tranquilo, andan haciendo pura faramalla (teatro) pero por otras partes», contesta sin reparos un taxista de uno de los centros comerciales más caros de Culiacán, en referencia a la búsqueda de Joaquín «El Chapo» Guzmán. A una semana de la fuga de la cárcel del jefe del cartel de Sinaloa, los cerca de 10.000 agentes policiales y militares que andan buscándolo brillan por su ausencia la capital del norteño Estado de Sinaloa que da nombre a la asociación de narcotraficantes más poderosos del mundo. En la sierra de Culiacán están los grandes sembradíos de amapola y marihuana. La primera la introdujo la migración china en los años 20 del siglo pasado y ambas se consolidaron como motor de la economía local a partir de la demanda de droga del Ejército estadounidense en la Segunda Guerra Mundial. Con el cerco a los capos colombianos en los 80, los mexicanos vieron concentrar en sus manos el trasiego y la venta de cocaína junto a la producción de heroína y marihuana. El cartel se consolidó siguiendo el modelo de la mafia italiana, las redes de parentesco y vecindad. Sinaloa es el origen del narco mexicano y lleva ventaja sobre las demás organizaciones delincuenciales en México. Pero la clave de su éxito está en la legitimidad que tiene, creada a partir de una gran red social de apoyo y la penetración de las estructuras de poder.

«Aquí todos nos dedicamos a esas chingaderas, se vive de eso», explica sin apuros Jaime, un culichi de 60 años que durante 30 trabajó para el cártel como cuidador de casas de seguridad y cargamentos de droga, aquí y en EE UU. De hecho, hasta cayó preso en el país vecino. Todo lo cuenta fuera de grabadora porque en cuanto ven una libreta o algo para registrar en esta ciudad nadie conoce a «El Chapo». Por no decir, no quieren ni pronunciar su nombre ante la Prensa. «El señor que se fugó ahora», dice Chuy González, hijo del fundador del altar de Malverde para referirse a Joaquín Guzmán. Malverde es el santo de los narcos, aunque los lugareños se empeñen en decir que es de todos los pobres. Era un bandolero de la sierra sinaloense que, a finales del S. XIX asaltaba a los caciques y repartía entre sus vecinos. «Malverde es el bandido generoso, un Robin Hood mexicano, lo identifican con los narcos porque también andaba fuera de la ley», añade Chuy. Al preguntarle si es algo parecido a «El Chapo», Chuy manifiesta: «Pues sí, dicen que ayuda mucho a la gente el señor ese», aunque niega haberlo visto nunca. En febrero del año pasado, cuando detuvieron a Guzmán, una marcha multitudinaria salió del altar de Malverde para pedir su liberación, porque «él sí hace cosas por Sinaloa, no como el Gobierno».

En la pared de la primera capilla de Malverde, hay una placa firmada por Amado Carrillo Fuentes, más conocido como «El Señor de los Cielos», quien en los 80 y los 90 llenó de cocaína EE UU a través de avionetas. Aunque Chuy entrega sobres pidiendo una cooperación u ofrenda para Malverde, el altar es sencillo. En la ciudad, en cambio hay un despilfarro de opulencia. Por ejemplo, concesionarios de coches de lujo uno tras otro durante un kilómetro, doce casinos, Zonas residenciales de ensueño, pero sobre todo, un cementerio que parece una urbanización de clase alta. Jardines del Humaya es un panteón privado donde están enterrados grandes jefes narcos como Ignacio Coronel o Arturo Beltrán Leyva y muestra de la fastuosidad de los narcos: los mausoleos parecen chalés de colonias de lujo. Hay algunos de hasta tres pisos con aire acondicionado, televisión por satélite y wifi. En la arquitectura se repiten las mismas características del barrio alto de Culiacán, torreones, cúpulas y ojos de buey, las tres patas de la «narcoarquitectura». «Aquí hay un dineral, hombre, toda la droga y el perico que se mueve, imagínate», comenta Chuy. Los expertos lo avalan: sólo el tráfico de cocaína representa ganancias anuales de 40.000 millones de dólares para los carteles. En la calle Juárez, donde la Reina del Sur de Arturo Pérez Reverte empezó su carrera, es la lavandería oficial. El gran mercado del dólar, donde decenas de personas hacen transacciones al aire libre que pueden llegar hasta los dos millones de dólares diarios. Allí el dólar se cambia un peso más barato que en los bancos y no deja huella. La Policía tampoco lo ve. «Aquí los agentes están súper coludidos», afirma Francisco Cuamea, editor de «El Noroeste», principal diario estatal. Y muchas otras instituciones. «La filtración del crimen organizado en las estructuras del poder no está solo en la Policía sino en lo más alto. Tenemos políticos, dirigentes de partido, gobernadores, jueces, procuradores, sirviendo a los intereses del crimen. No hay nada que hacer en este país mientras no se combata la corrupción, la narcopolítica y el lavado de dinero», sentencia el diputado sinaloense Manuel Clouthier. Político independiente, siempre criticó la estrategia de guerra que mantiene el Gobierno desde la legislatura anterior, que ha costado la vida de más de 100.00 personas en los últimos nueve años. La mayoría jóvenes, como «El Peky», que murió de tres tiros en mayo de 2010, cuando el cartel de Sinaloa y los Beltrán Leyva estaban enfrentados. Tenía 25 años. Dejó dinero para un mausoleo donde caben 40 personas. Su familia lo va a visitar dos veces por semana. Le ponen ofrendas –flores, cartas, alcohol, tabaco, o cualquier cosa que le gustase: ven la tele por cable en su tumba, frescos por el aire acondicionado–. Los secuaces de «El Chapo» llevan este tipo de vida hasta la muerte. Porque, como dicen en Culiacán, «más vale morir como rey que vivir toda la vida como buey».