Venezuela
«Sufrimos un acoso constante»
Los colombianos con doble nacionalidad que residen en Táchira asisten alarmados al deterioro de la crisis fronteriza. Maduro cierra otro paso y zanja el diálogo con Santos
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha cerrado el paso fronterizo de Paraguachón en Zulia con la Guajira colombiana, el tercero desde que el 19 de agosto decretó blindar el puente internacional Simón Bolívar que une San Antonio (Venezuela) y Villas del Rosario (Colombia), 600 kilómetros de frontera más al occidente. Los motivos que esgrime Maduro para este tercer cierre son los mismos que los dos anteriores, que «son objeto de un ataque inclemente de paramilitares y delincuentes». Sin embargo, el tráfico de personas y mercancías que históricamente pasa por la frontera entre Colombia y Venezuela ha encontrado nuevas rutas: 250 cruces informales por caminos y río a través por donde se pueden esquivar los controles de la Guardia Nacional Bolivariana.
Quien no conoce el camino paga al guía, que va abriendo paso por un sendero lleno de matojos que conduce al río Táchira, la frontera natural. El guía cobra 10.000 pesos colombianos o 2.000 bolívares. Yvis los paga de ida y de regreso, en total, 4.000 bolívares. Es un venezolano que vive en Colombia y trabaja en Venezuela. Después de una semana sin trabajar en Ureña (Táchira) por el cierre de la frontera, tuvo que volver o perdía el negocio. Ahora va y viene cada día por la trocha. De regreso trae la compra, hecha en Venezuela mucho más barata. Un grupo de cuatro hombres cargan ocho bidones de 20 litros de gasolina a un coche. Junto al contrabando cruzan cada día una veintena de personas por una sola trocha, asegura el guía, un veinteañero mulato y de pelo afro.
El cruce es más tenso desde Venezuela a Colombia. En los puntos donde la carretera fronteriza se acerca al río hay retenes de soldados. Hay que alejarse e ir por donde hay más camino agreste. El guía se expone a que llegue el Ejército. «Córrale, córrale, no sea que llegue la guardia», espeta al regreso.
Cobró el cruce y nos separamos. A apenas 50 metros encontramos el primer retén del Ejército venezolano. «Qué pena con usted, una turista y que tenga que cruzar por el río», concluyó el militar al mando después de examinar mi pasaporte español sin sello de entrada a Venezuela. Así esquivamos hasta cinco retenes militares que había en los 20 kilómetros desde el cruce informal –al norte de Cúcuta, por un caserío llamado Santa Cecilia del lado colombiano y que del venezolano, corresponde al municipio de Ureña– hasta San Antonio Táchira, donde está el puente internacional. Mientras en el casco urbano de Ureña no hay militares y la vida transcurre con normalidad, en San Antonio se siente la tensión. Hay retenes militares dentro de la ciudad que se multiplican en los accesos a Mi Pequeña Barinas, un barrio creado por los asentamientos irregulares de colombianos en ese pueblo fronterizo. «Uy, pues esto no es nada, hubiera visto la semana pasada», espeta un vendedor del mercado, muy cercano a la frontera. «Estaba todo militarizado, aquí venían a cada rato y nos pedían los papeles. Así espantan a la clientela», sigue contando desde el puesto de frutas y verduras que regenta. Él es colombiano pero lleva 25 años en Venezuela con la doble nacionalidad, por lo que no ha tenido problemas legales. Sin embargo asegura que como el Estado de excepción venezolano dure mucho tiempo, él también se marcha porque «es un hostigamiento constante, en las calles y en los medios, contra los colombianos».
Además, desde que la frontera está cerrada bajaron las compras. En media hora no entra ningún cliente en ese mercado y la mitad de los stands lucen abandonados. «Esos puestos eran de colombianos que no han podido regresar». En Mi pequeña Barinas un guardia nacional admite la demolición de las viviendas de colombianos. «Sí, tal vez no esté bien como lo hemos hecho, eso de sacarlos por la fuerza y tirarles la casa, pero mire, desde que no están ya no hay escasez en los supermercados». A menos de un kilómetro de donde el teniente habla, se mantienen las colas de horas delante de un gran supermercados y aún no se encuentran productos de higiene íntima como compresas o pañales.
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