Política

El Futuro de Venezuela

Transición venezolana

La Razón
La RazónLa Razón

«Quedan pocas horas», estas son las palabras que recorren las calles de Venezuela, son las voces de millones de venezolanos que anhelan el fin de la larga noche chavista. La transición vendrá y llegará pronto. En este sentido, la Asamblea Nacional aprobó una Ley de Transición con el objetivo de sentar las bases que permitan la reconstrucción institucional del país. El documento sentencia de manera clara que se trata de «volver a la Constitución desde la propia Constitución».

En el marco político, la Ley de Transición confirma los tres pasos que el Presidente (E) de Venezuela, Juan Guaidó, ha remarcado disciplinadamente desde su juramentación: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres y justas. En esto último reposa la clave de la reconstrucción nacional. Sin el cambio político, resulta imposible dicha tarea; sin el nombramiento de un nuevo Consejo Nacional Electoral y de la incorporación del Tribunal Supremo de Justicia en el exilio, es inviable celebrar unas elecciones limpias; sin presos políticos, sin partidos políticos ilegalizados y con medios de comunicación libres, este anhelo sería una quimera.

Pero esa Venezuela del futuro, esa nueva Venezuela debe emprender nuevos esquemas y trazar nuevos objetivos. En primer lugar un gobierno de unidad nacional. Gane quien gane, del partido que sea, el nuevo Presidente está obligado a conformar un gabinete que incluya a líderes de las distintas fuerzas políticas, incluso de aquellas que hoy pertenecen al llamado chavismo originario o chavismo disidente. No existirá gobernabilidad sino hay equilibrio de fuerzas. No es posible construir consensos si los distintos colores no se fusionan y las distintas opiniones son tomadas en cuenta.

El segundo elemento tiene que ver con erradicar cualquier impulso revanchista. Sería un completo error procurar escenarios y construir argumentos dirigidos a una especie de aniquilación del chavismo. Si eso ocurriera, las heridas no sanarían, el país seguiría sumergido en la división, en la confrontación, y le dejaríamos las puertas abiertas a una recuperación de las fuerzas maduristas en el mediano plazo. El pase de factura resultaría terrible y demostraría que en 20 de años de revolución bolivariana, no se aprendió nada.

El tercer elemento pasa por el rescate de la política como valor. El nuevo liderazgo no solamente tendrá la responsabilidad de dirigir el país y reconstruirlo desde lo estructural, también será responsable de imprimir nuevos modos, una nueva impronta sobre el quehacer político. No se trata únicamente de la honestidad – esto resulta evidente – sino también la moderación en el lenguaje, el cese de la polarización y las dicotomías absurdas. El nuevo liderazgo deberá crear conciencia sobre el sentido de lo público, de lo colectivo, sobre la responsabilidad ciudadana. De nada serviría una prosperidad económica sin una reserva moral y cívica.

El paisaje que dibuja Venezuela en su futuro resulta ilusionante. Después de 20 años, los venezolanos viven – probablemente – las horas más esperanzadoras, esas que anuncian la llegada de nuevos aires de libertad.