La Razón del Domingo
Una maldición inexistente
Las supuestas muertes provocadas por la tumba de Tuj-Anj-Amón son falsas
Las noticias sobre la maldición de los faraones comenzaron a aparecer en la prensa, paradójicamente, antes de la muerte de Lord Carnavon. La novelista Marie Corelli se refirió a ella en una carta dirigida a un periódico mencionando una superstición creída por los campesinos árabes y que, significativamente, no era anterior al siglo primero de nuestra era. Cuando tuvo lugar el fallecimiento, la leyenda se extendió como un reguero de pólvora. Hubo factores que ayudaron a la difusión del bulo. Lord Carnavon había dado la exclusiva sobre la exploración de la tumba al «Times» y el resto de la Prensa –especialmente el «Daily Mail»– comenzó una campaña sosteniendo que, a causa de la maldición, habría que volver a sellar el sepulcro. Incluso algún diario pretendió que se había descubierto una inscripción en la entrada que afirmaba: «Aquellos que entren en esta tumba sagrada serán visitados rápidamente por las alas de la muerte».
La verdad es que la inscripción nunca existió. Tampoco son ciertos otros datos sobre la maldición. Por ejemplo, algunas versiones afirman que el canario que tenía el arqueólogo Carter fue mordido por una cobra, símbolo de la diosa Wadjet, el día que se abrió la tumba. Carter tenía ciertamente un canario, pero se lo regaló a su amiga Minnie Burton que, desde luego, no lo devoró.
También se ha alegado que cuando murió Lord Carnavon se produjo un apagón en El Cairo. La afirmación puede ser correcta, pero en El Cairo los apagones eran muy comunes e incluso se producían varias veces al día. Supuestamente, Susie, la perra de Lord Carnavon, comenzó a aullar cuando falleció el aristócrata británico y murió al instante. La historia es sugestiva, sólo que Lord Carnavon falleció a las dos menos cinco de la noche, hora inglesa, y el animal dejó este mundo a las cuatro. Sin duda, con un poco de retraso. Todavía menos verosímil es la historia que afirma que los obreros que trabajaban en la excavación leyeron la maldición y se negaron a seguir trabajando. Que unos pobres «fellahs» supieran descifrar la escritura jeroglífica es simplemente inverosímil.
Por si fuera poco, hubo multitud de personas –incluido Howard Carter– que no sufrieron efecto alguno de la supuesta maldición. A diez años de distancia, sólo dos de las veintidós personas presentes cuando se abrió la tumba habían fallecido.
Ninguno de ellos pertenecía al grupo de diez que se hallaba ante la momia cuando fue descubierta. No sólo eso. Por término medio, los implicados en el descubrimiento de la tumba de Tut-Anj-Amón fallecieron unos veintiún años después del acontecimiento. Sin duda, demasiado tiempo para que actuara una supuesta maldición. La realidad es que la maldición jamás existió y forma sólo parte del arsenal de engañabobos propios de ciertas publicaciones y programas.
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