Famosos
El artículo de Lomana: Del rockabilly a la poesía
Por haber creado nuevas formas de expresión poética dentro de la gran tradición de la canción estadounidense, la Academia Sueca ha concedido el Premio Nobel de Literatura a Robert Allen Zimerman, que lo recibirá con el nombre de Bob Dylan. Hay muchos detractores de esta decisión porque consideran que no tiene consistencia como autor. Yo estoy feliz por el reconocimiento a uno de mis ídolos que me ha acompañado con sus maravillosas canciones y poesías a lo largo de mi vida, de la misma forma que lo estaría si el premio hubiese recaído en Leonard Cohen, otro gran poeta.
Dylan ha sido uno nuevo, capaz de describir un mundo que en su momento nadie había definido. Rescatando el modo de vida beatnik y el viejo cancionero popular americano. Eso y el rock, que ha sido la gran revolución cultural desde mediados del siglo XX y al que Dylan fue el encargado de darle sustancia poética al asunto después de los rockabillys que yo adoraba, pero sus letras eran más adolescentes... El rock de la cárcel... Y otras con poca enjundia. Debo reconocer que para mí nadie como Chuck Berry, Little Richard y su «Lucille» o Elvis Presley si hablamos de rock. Ellos marcaron mi adolescencia y «guateques», en los que bailar ese tipo de música era mi pasión. Pero Dylan, con sus imágenes surrealistas, sus metáforas y su voz de narrador, logró que el arte adolescente se convirtiese en adulto. Él arrastró a toda una generación de cantautores folk para los que fue su apóstol y supuso un punto de inflexión. Espero y deseo que cuando le entreguen el premio suene en el aire y en nuestra cabeza «Blowin’ in the Wind» con toda esa ristra de preguntas sobre los problemas del mundo, cuya respuesta sigue flotando en el viento...
Se está premiando la manifestación literaria más importante y popular: las letras de las canciones. Condicionadas por la música pero no por ello menos importantes, influyendo incluso en el resto de la literatura. Vienen a mi cabeza tardes melancólicas de amores contrariados escuchando sus temas e identificándolos con mi estado de ánimo. Cómo no amar a Bob Dylan y cómo no estar feliz con este reconocimiento. Este pequeño y frágil judío para mi fue, es y será un ídolo.
Hablando de premios, ayer acudí a la residencia del embajador francés donde se entregaron los Premios ICON. Ahí se concentra lo más «cool» de Madrid, los galardonados son un gran acierto y dan la oportunidad de conocer a personajes a los que admiro. Este año entre ellos estaba Joaquín Sabina y Jean Paul Gautier. Personalmente, el que más me interesaba y producía curiosidad era Frederic Beigbeder, premio a la agitación cultural. Él por sí solo ya dice bastante de la personalidad de este «enfant terrible» de la movida cultural francesa. Es el prototipo de intelectual canalla, bohemio, chic, culto, creativo, burgués y, a la vez, escritor de libros como «Socorro, perdón, un retrato atroz del nuevo capitalismo». Frederic Beigbeder vive en el barrio de St. Germain-des-Prés, a unos pasos del Café Flore. Escritor, crítico literario, creativo publicitario, DJ y actor, es un fenómeno mediático en Francia; amado y odiado a partes iguales y por el que yo muero de fascinación. Ahora les cuento lo mejor de la noche. Terminó su discurso de agradecimiento nombrando a tres personas que eran sus iconos y escuché mi nombre... Creía estar soñando. Al terminar el acto, quiso hacerse una foto conmigo. Me sentí como una pánfila que no entendía nada. Mi ídolo me conocía y admiraba. El susto o la emoción me hicieron abandonar la fiesta sin quedarme a charlar con él. Hoy me daría de bofetadas cuando pienso que uno de los hombres que más admiro me pidió una foto y salí corriendo. ¿Ustedes lo entienden? Yo, tampoco.
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