Estados Unidos

El extraño caso de Mr. Trump

En su juventud y primera madurez, fue elegante y hasta distinguido. ¿Cómo ha podido devenir en un arrogante con tan mal gusto verbal y estético? Algo que, perteneciendo a su clase social, sólo se puede explicar como una estrategia de marketing electoral

Donald Trump, a su llegada a uno de los tantos estados donde ha hecho campaña
Donald Trump, a su llegada a uno de los tantos estados donde ha hecho campañalarazon

Si hubiese una lista para premiar a los hombres más elegantes de Estados Unidos –seguro que la hay– ésta llevaría ocho años aburriéndonos con la evidencia de proclamar que Barack Obama es el hombre más elegante de los 50 estados juntos. Que me perdonen varias de esas estrellas emergentes del deporte afroamericano que rivalizan con él por ostentar ese honor sartorial, precisamente porque comparten con él el swing, esa guinda que corona el pastel de la corrección que practica sin interrupción (Baudelaire diría). Y si hubiera también una lista para premiar a los hombres menos elegantes del país de los indios apaches, seguro que la hay, esa llevaría todo este año persiguiendo a su candidato ideal para entregarle su amargo reconocimiento al señor Donald Trump.

Razonar este pronóstico resulta embarazoso, ya que el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos no tendría demasiadas razones para llevarles la contraria a las normas de uso de la clase social a la que pertenece. Máxime, con lo elegante, distinguido y hasta guapo que fue este señor en su juventud y primera madurez, ¿cómo ha podido devenir en un arrogante payaso maleducado? Que me perdonen los payasos. No hablo de su alma, ni de su profesión, sino de su uniforme de trabajo, hecho de estridencias para provocar primero la risa y luego la lástima. Alguien con esa estatura, física por supuesto, de la moral prefiero no opinar, y con esa cartera tan bien dotada ¿cómo puede perderse un buen gimnasio, un buen dietista y un buen psiquiatra? Cualidad esta última que desde hace años se constituye en la verdadera barrera entre los ricos y los pobres en Estados Unidos.

Desconozco si tiene propensión a la obesidad, en cuyo caso retiraría lo dicho, lo que nunca retiraría es mi reproche a su mal gusto para las corbatas, algo, insisto, que, perteneciendo a su clase social, sólo se puede explicar como estrategia de márketing electoral. Sus corbatas largas, anchas, chillonas, no vistas desde los tiempos de Luis Aguilé y José María Carrascal, nos invitan a pensar que se trata de un disfraz, de una provocación, de un recurso electoral para marcar distancias con el dandi demócrata al que pretende sustituir.

Sus chaquetas despreocupadamente abiertas, sus corbatas mal anudadas y, sobre todo, su indescriptible tupé, lacado co-mo ese pato en la cabeza que llevaría cualquier ídolo del rock de nuestra juventud, vuelven a conducirnos otra vez al psiquiatra, esta vez de la sanidad pública. ¿Qué guarda realmente en su cabeza un hombre que esconde sus verdaderas ideas bajo esa ridícula sombrilla?

No me produce especial ilusión la candidata demócrata, Hillary Clinton, creo que la votaría solamente por la inmensa conquista social que significa que una mujer alcance la presidencia de la democracia más poderosa del mundo; pero algo muy extraño debe de estar ocurriendo en ese país para que una «pequeña» incorrección del director del FBI haya vuelto a empatar las posibilidades de una mujer y un personaje de cómic. La clase media americana debe de estar muy enfadada con sus élites políticas, sólo así se explica que la nación de Washington, Franklin y Lincoln coquetee con la posibilidad de convertir en presidente a un hombre que, como le pasaba también al Hitler de Ernst Lubitsch, se empeña en no hacerle caso a su peluquero.

- El tupé

Indescriptible, color panocha, lacio, aspecto pajizo y lacado como ese pato en la cabeza que llevaría cualquier ídolo del rock de nuestra juventud. Es su mayor signo de identidad, tanto que, de forma intencionada o no, la firma Gucci ha trasladado la mata de pelo más famosa de América a un modelo de peludos zapatos de 1.500 euros.

- Las chaquetas

Las lleva despreocupadamente abiertas, además de grandes y de estética descuidada. No recordábamos algo parecido desde los tiempos de Jesús Gil y Gil. El candidato a la presidencia de los Estados Unidos hace del «business» televisivo un arte de la comicidad perdurable en la eternidad. Una verdadera lástima, en el caso de Donald Trump, ya que sus trajes son de corte clásico de las firmas Hugo Boss o Vuitton.

- Las corbatas

Largas, anchas, mal anudadas, chillonas, no vistas desde los tiempos de Luis Aguilé. Sus corbatas nos invitan a pensar que se trata de un disfraz, de una provocación, de un recurso electoral para marcar distancias con el dandi demócrata al que pretende sustituir. Trump, como candidato republicano, se ha empecinado en hacer del colorido complemento su marca registrada.