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Todo...y con tacones
El jueves fue un día confuso que para mí se convirtió en una fiesta entre mujeres en la que, en diferentes actos, conmemoramos con alegría todos los logros obtenidos en cien años, en los que recordamos con especial cariño y reconocimiento a las sufragistas pidiendo el voto por las calles de Nueva York. En mi opinión fue uno de los logros más importantes, conseguir nuestro derecho a votar pudiendo participar en la decisión de quién debe tomar las riendas en nuestro país. A partir de ese momento, las mujeres fuimos conscientes de que, continuando la lucha por nuestros derechos civiles y nuestra libertad, podíamos tener cuentas en un banco sin permiso de nadie, viajar cómo y cuándo quisiésemos y, por encima de todo, decidir sobre nuestra propia vida.
Dentro de los muchos actos convocados el jueves en Madrid, hubo uno que me gustó especialmente por su significado y enorme visión de marketing: una mujer rompiendo prejuicios y esquemas, apoyando a las mujeres sufragistas, pero también reivindicando su feminidad. Elizabeth Arden regaló a todas las manifestantes que pedían el voto por las calles de Nueva York en 1912 una barra de labios roja. Este acto era en esos años tremendamente progresista y rompedor, pues el color rojo en los labios se asociaba a las mujeres de vida alegre y disipada, nunca a una mujer seria y comprometida políticamente. De nuevo una mujer rompía los esquemas y daba un paso adelante. Tuvo una visión futurista de marketing para ocurrírsele una acción tan maravillosa.
Todas las grandes empresarias en el mundo de la belleza surgieron en América en el siglo XX. Elizabeth Arden nació en un pequeño pueblo de Canadá en 1884. Trabajó en esa época como enfermera donde adquirió profundos conocimientos sobre la salud. Ella siempre mantuvo que cualquier persona que se cuidara desde joven envejecía con mayor atractivo y dignidad. Abrió su primer salón de belleza en Nueva York, en la Quinta Avenida con su famosa puerta roja: el «Red Door Salon». Fue pionera en tener su propio laboratorio con tres ayudantes donde hacía sus cremas y tratamientos. Ya en 1916 era la primera en ventas con un nuevo método para cuidar la piel. Introdujo el maquillaje de ojos y cara. Fue la pionera en hacer publicidad en salas de cine. Creó 150 salones de belleza por todo el mundo. En Madrid tenía uno maravilloso del que era asidua la Reina Sofía. Yo tengo una anécdota: mi madre a los 14 años decidió llevarme a su salón en Madrid para que le cogiese gusto a cuidarme la piel rodeada de un lujo tipo Hollywood. Me hizo sentir como una princesa al recibir los masajes y cuidados que me proporcionaban expertas manos de la «Maison Arden». Me aconsejaron los tres básicos que nunca debería olvidar: limpieza, tónico e hidratante, no necesitaba más a esa edad, pero era importante la disciplina y constancia que nunca más se separarían de mi ritual diario de belleza. El nombre de Elizabeth Arden quedaría para siempre grabado en mi memoria. Otros nombres de mujer van unidos a grandes empresarias de la belleza para empoderarnos a todas las mujeres del mundo: Helena Rubinstein, Estée Lauder, Madame Rochas, etc... Me parecen admirables por ser pioneras y tener una enorme intuición para la publicidad y el «business».
Por muchos motivos no estoy de acuerdo con la huelga del día 8 y con tanto panfleto y manifiesto de «Juntas somos más», ¿más qué? ¿Juntas para qué? A mí nadie me educó para ser dócil ni sumisa y nunca lo he sido. En estas reivindicaciones prefiero ir del brazo de los hombres que me han respetado a lo largo de mi vida laboral y personal, que del de un feminismo oportunista que daña mi inteligencia. Como decía Mafalda: «Nosotras podemos hacer todo lo que el hombre hace... ¡Y con tacones altos!».
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