Historia

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La Borbón que pudo ser una estrella de Hollywood

Marie Louise Sanz Limantour, nieta no reconocida del rey Alfonso XII, rechazó un papel protagonista junto a Gregory Peck en «Duelo al sol»

La Borbón que pudo ser una estrella de Hollywood
La Borbón que pudo ser una estrella de Hollywoodlarazon

Recuerdo, como si fuera ayer, el largo paseo que dimos juntos Marie Louise Sanz Limantour, nieta no reconocida del rey Alfonso XII y tía de Juan Carlos I, por los bellos jardines segovianos del Palacio de La Granja de San Ildefonso; encuentro del que luego di fe, junto con algunas sorprendentes revelaciones procedentes de su archivo privado, en mi libro «Elena y el Rey» (Plaza y Janés, 2014). Corría el 23 de mayo de 2011. Majestuosa como una reina, Marie Louise Sanz exhibía aquella mañana al sol su media melena blanca, en armonía con los matices de la arboleda, desde el dorado pálido de los álamos al oro cobrizo de los castaños de Indias. Con 1,75 metros y casi 86 años, Marie Louise caminaba todavía erguida y con paso firme, desafiando a la gravedad. Ojos de lago, como la mitad de la sangre que corría aún por sus venas, encendidos por la emoción de recorrer al fin los mismos jardines por los que anduvieron más de un siglo atrás su abuela, Elena Sanz, de la mano de su gran amor prohibido, el rey Alfonso XII.

Marie Louise conservaba en su rostro apergaminado los rasgos de una singular belleza que cautivó al mismísimo David O. Selznick, uno de los productores iconos de la era dorada de Hollywood. Éste viajó a Francia al término de la Segunda Guerra Mundial y tuvo oportunidad de visitar a los Sanz en su residencia parisina. Conocía ya de sobra a los Limantour, dueños de media California.

A sus 21 abriles, Marie Louise deslumbró como un lucero al consumado «astrólogo» de la gran pantalla. Tan seductora resultó a su escrutadora mirada, que el productor de «Lo que el viento se llevó» y de «Rebeca», el mismo que trajo a Alfred Hithcock desde Inglaterra para lanzar su carrera en Estados Unidos y descubrió a estrellas del celuloide como Fred Astaire, Katharine Hepburn, Ingrid Bergman, Vivien Leigh o Louis Jordan, le ofreció también a ella la oportunidad de su vida: un papel protagonista en «Duelo al sol», estrenada en 1946 con un presupuesto de seis millones de dólares junto a... ¡Gregory Peck!

El director, King Vidor, habría dicho «amén». Pero Marie Louise, por increíble que parezca, les dio calabazas a todos: «Por nada del mundo hubiese dejado entonces París, donde era tan feliz con mi familia», se ratificaba, años después, en su decisión.

Nos adentramos juntos aquel mediodía en el bosque de tilos, arces y coníferas, hacia el lago artificial que los segovianos denominan «el mar de La Granja», en busca de la antigua «Casa de la Góndola» donde se guardaba la embarcación de hermosos adornos que servía a la Corte para paseos y conciertos lacustres, con su cobertizo sostenido por cariátides y su friso finamente esculpido.

Elena y el rey estuvieron allí solos, sin «moscones» acechándoles; y más de una vez se hicieron a «la mar» en aquella barca de ensueño, jubilada años después en el museo de falúas reales de Aranjuez. Marie Louise contemplaba ensimismada el lago, tratando de visualizar a su abuela meciéndose sobre las aguas en el bote tripulado por el monarca. ¿Acaso podía la imaginación recrear con nitidez una escena tan romántica?

w «Pobre abuela»

Poco después, musitó ella con nostalgia: «Le quiso tanto...». Y añadió, con mirada lánguida: «Papá [Alfonso Sanz, primogénito de Elena Sanz y Alfonso XII] me contaba cómo la abuela se retiró de los escenarios para dedicarse en cuerpo y alma al gran amor de su vida. Pobre abuela... Su entrega al rey le hizo sufrir mucho».

Elena Sanz cantaba como los ángeles, con una voz preciosa de contralto que le sirvió para conquistar a todo un rey. La musa de Alfonso XII.

Recordé entonces los piropos literarios de Emilio Castelar, ex jefe del Gobierno de la Primera República, seducido por la cantante de ópera: «Quien haya visto en su vida a Elena Sanz no podrá olvidarla nunca», anotó don Emilio, con todo lo serio que era.

Marie Louise también estaba orgullosa de su abuela. Mientras preparaba «Elena y el Rey», el 17 de noviembre de 2012 recibí la llamada telefónica de su hija Patricia Sanz. Al otro lado del aparato, con voz quebrada, Patricia sentenció: «José María, tengo que darte una triste noticia: mamá acaba de fallecer». El corazón me dio un vuelco pues apreciaba mucho, y lo haré siempre, a esa gran dama cuya mayor ilusión fue siempre que la Justicia, valga la redundancia, hiciese justicia reconociéndola su verdadero apellido. «Soy una Borbón», proclamaba así con mezcla de orgullo y desencanto.

Un secreto a voces

Tras abandonar Portugal, a finales de 1959, donde entablaron contacto con los condes de Barcelona en el exilio, Marie Louise y su marido, el diplomático chileno Alberto Wittig, se instalaron sucesivamente en Nueva York, Santiago de Chile y Quito, recalando diez años después en Madrid. Para entonces, los regios ancestros de Marie Louise constituían ya un secreto a voces. El propio Agustín de Figueroa, hijo del conde de Romanones y marqués de Santo Floro, además de buen escritor, periodista, dramaturgo y director de cine español, mostró gran interés por componer la historia de amor entre Elena Sanz y Alfonso XII, como recordaba Marie Louise: «Cada vez que coincidíamos en Marbella, Agustín me insistía: ‘‘Déjame ver tu archivo, por favor...’’. Yo le decía que sí, pero luego lo pensaba mejor y decidía posponerlo». Hasta que al fin, Marie Louise Sanz se decidió a revelarlo en su legado «Elena y el Rey».

@JMZavalaOficial