Papel

¿Qué papas murieron envenenados?

La Historia recoge numerosos casos de pontífices y cardenales que perecieron tras oportunas confabulaciones

(De izqui. a drch.) El Papa Formoso murió en el 896. León X falleció con 46 años. Clemente XIV se suicidó en 1774. Alejandro VI fue envenenado
(De izqui. a drch.) El Papa Formoso murió en el 896. León X falleció con 46 años. Clemente XIV se suicidó en 1774. Alejandro VI fue envenenadolarazon

La Historia recoge numerosos casos de pontífices y cardenales que perecieron tras oportunas confabulaciones

Un tema que siempre me ha apasionado y producido incluso algún que otro escalofrío es el envenenamiento de los papas. Empezando por Teodoro I, que ocupó el solio de Pedro entre los años 642 y 649, y siguiendo por Formoso, emponzoñado en el 896.

Tras su excomunión siendo patriarca de los búlgaros por coronar rey de Italia a Arnolfo y proclamar la soberanía de Bizancio sobre Roma, Formoso fue para colmo envenenado y rematado a golpe limpio porque tardaba demasiado en morir.

De nuevo recurro a mi amigo el doctor Roberto Pelta, que de venenos lo sabe casi todo, cuyo estudio «El arte de envenenar» es una de esas joyitas literarias que hubiese inspirado, de haberse editado entonces, las mejores novelas negras de Dashiell Hammett o Arthur Conan Doyle.

Volviendo a Formoso, durante el meteórico pontificado de Teodoro II, de tan sólo veinte días, aparecieron en las orillas del Tíber sus restos mortales arrojados al río por orden del Papa anterior, Esteban VI. Los despojos del infeliz Formoso se reintegrarían finalmente al sepulcro de donde procedían, en la Basílica de San Pedro, tras su exhumación para celebrar el llamado «Concilio cadavérico», «Sínodo del terror» o «Sínodo del cadáver», como el lector prefiera.

Esteban VI fue precisamente quien ordenó exhumar el cadáver de Formoso con el fin de presidir el concilio celebrado en la Basílica Constantiniana, donde se le sometió nada menos que a un juicio post mórtem. La ceremonia fue más propia de un cuento de terror de Edgar Allan Poe, que de un sentido acto religioso: revestido el cadáver de Formoso de los ornamentos papales, se le sentó en un trono para que «escuchara» las acusaciones, siendo declarado culpable, invalidada su elección como Pontífice y anulados todos sus actos y ordenaciones; a continuación, se despojó al cuerpo de sus vestiduras y se le arrancaron de cuajo los tres dedos de la mano con que impartía las bendiciones.

Pero si existe una época donde el veneno se asocia más estrechamente con los Papas es, como advierte certero Pelta, la del Renacimiento. León X, cuyo nombre auténtico era Giovanni de Médici, falleció en 1521 con 46 años de una apoplejía, pero se rumoreó que en realidad murió envenenado por orden de Francisco I de Francia.

Y qué decir sobre Clemente XIV, víctima de una crisis maníaco-depresiva que le impulsó al suicidio en 1774, según la versión extraoficial, pero de quien llegó a sospecharse que había perecido como consecuencia del empleo de beleño negro, una planta venenosa conocida también como «hierba loca» por ser capaz de provocar en la víctima alucinaciones y pérdida de la cordura.

- Maldito veneno

Tres siglos antes, el mismo año del descubrimiento de América, el español Rodrigo Borgia fue elegido Papa con el nombre de Alejandro VI. Los rumores de envenenamiento durante su pontificado fueron abundantes, como señala Pelta. Durante los ochos años que ocupó el solio de Pedro, murieron 27 cardenales. En 1501, sin ir más lejos, perecieron el cardenal veneciano Zeno y el español Juan López, de quienes se comentó que habían sido emponzoñados. Los mal pensados, o quién sabe si más ecuánimes, se convencieron de que Rodrigo Borgia acumulaba así más riquezas.

El 11 de agosto de 1503, Alejandro VI celebró su cumpleaños con un gran banquete. En una mesa, separados de los demás comensales, se atiborraron de manjares el pontífice y su hijo César. Al día siguiente sufrieron ambos náuseas, vómitos, diarrea y fiebre. César, por ser más joven y fuerte, sobrevivió. Pero su padre falleció el 18 de agosto. Al parecer, como apunta Roberto Pelta, pudieron ser envenenados por el cardenal Adriano de Corneto, confabulado con el cocinero papal.

Sea como fuere, el embajador de Venecia en Roma, Paolo Capello, anotó sobre Alejandro VI: «Cuando éste gobernaba la Iglesia no pasaba noche sin que apareciesen en Roma cuatro o cinco personas asesinadas, entre ellas obispos y prelados».

Lucrecia Borgia, hija del cardenal Rodrigo Borgia y de su amante Vanozza Cattanei, se casó tres veces por deseo de su padre. Tras una docena de embarazos sucesivos, murió extenuada con 39 años en el último parto de fiebre puerperal. El doctor Pelta se hace eco de las afirmaciones de que Lucrecia empleaba como veneno las raíces pulverizadas de mandrágora mezcladas con vino y «cantarella» o «agua de Peruggia», que era un polvo blanco insípido de efectos letales. Todo ello, «cocinado» con un ingrediente tan repulsivo como las vísceras de cerdo trituradas, las cuales, tras descomponerse, generaban sustancias muy tóxicas. Sólo de pensarlo cualquiera se hubiese puesto enfermo.

El doctor Pelta refiere que a finales del siglo X y principios del XI, las familias más poderosas de Europa se acercaban a Roma para colmar sus desmedidas ambiciones en torno a la silla de Pedro. Parecía como si los Papas se pusiesen y quitasen al antojo de los intereses creados de clanes familiares o del propio pueblo fiel, cuando su elección para el pontificado correspondía en exclusiva al Paráclito. Designado así Juan XIV en el año 983, resultó que al morir el emperador que le protegía de la animadversión del pueblo, fue envenenado por orden de Bonifacio VII, según Pelta. La misma mala suerte corrió Clemente II, cuyo papado duró apenas diez meses. Cuando en 1442, 895 años después de su muerte, se exhumó su cadáver hallaron plomo en sus huesos. Su sucesor, Dámaso II, vivió veintitrés días. Se sospechó que ambas muertes pudieron ser obra de Benedicto IX.

@JMZavalaOficial