Papel
La última bala de la República
Hoy hace 80 años del comienzo de la batalla del Ebro, último y frustrado intento republicano por cambiar el sino de la Guerra Civil.
Hoy hace 80 años del comienzo de la batalla del Ebro, último y frustrado intento republicano por cambiar el sino de la Guerra Civil.
25 de julio de 1938: las tropas republicanas inician la ofensiva en el Ebro. Las proximidades de la localidad de Miravet son el punto de paso elegido por el Estado Mayor republicano par la 11.ª División del XV Cuerpo de Ejército de Enrique Líster. Al otro lado le aguarda el 7.º Batallón de Arapiles, de la 50.ª División del Cuerpo Ejército Marroquí de Juan Yagüe. La imponente fortaleza de origen andalusí que corona el recodo del río en Miravet parece enfatizar la mística atemporal del campo de batalla. Fue uno de los focos de resistencia más tenaces durante las horas iniciales de la operación, desde que los defensores de la localidad se replegaron a su interior. Los primeros asaltos al castillo no prosperaban y las unidades republicanas en vanguardia tenían órdenes tajantes de marchar hacia sus objetivos sin detenerse ante bolsas aisladas de resistencia; un error que había sido recurrente durante toda la guerra. Pero desde el amanecer, la artillería republicana batía con fuego directo la fortaleza y, con los muros desplomándose a cada impacto, la resistencia no tenía sentido. Entrada la tarde los defensores se rendían. A pesar del rotundo éxito del cruce del río, la acción aquel día 25 no sería tan apacible como nos transmite la imagen superior. Una de las fotografías más reconocibles de la batalla del Ebro se tomó, con toda probabilidad, dos días después de la ofensiva. A plena luz del día, llegando a la orilla en una zona dudosamente vadeable a pie... No es lo más importante; la propaganda desempeña un papel considerable en toda guerra y el objetivo no era otro que propagar la idea de que el Ejército Popular mantenía su espíritu combativo.
Pero el paso del río no solo supuso representaba un reto táctico para desencadenar la ofensiva, sino también un problema logístico crucial a lo largo de toda la batalla para alimentar los combates más allá del Ebro. El pulso por mantener o dificultar el flujo regular de combatientes, armas y pertrechos condicionaría las posibilidades de éxito y resistencia del Ejército del Ebro. Si la infantería, la artillería y los blindados fueron los protagonistas en la primera línea del frente, a lo largo del río los ingenieros, las defensas antiaéreas y la aviación libraron su particular batalla.
El bando franquista dispuso desde el primer momento de medios aéreos para atacar los puntos de paso del río, desde los mismos aeródromos empleados en las ofensivas sobre Aragón y Levante. Con todo, la manipulación del caudal del río fue una de las armas más eficaces contra los medios de paso, especialmente contra los puentes pesados. La apertura de los embalses de Tremp y Camarasa en diferentes ocasiones llegó a provocar crecidas de hasta cuatro metros. Una avenida provocada el 19 de agosto llegó a volcar los dos puentes de hierro y uno de madera. La operativa republicana tuvo que ir aprendiendo de estos contratiempos, modificando el diseño de los puentes o desaconsejando algunos medios como los puentes de vanguardia que se llegaban a montar y desmontar para el paso de cada convoy. La «batalla por los puentes» fue una sorda guerra de desgaste. No cabía esperar un fácil y definitivo estrangulamiento de los suministros a la línea de frente. Más bien se trató de un combate prolongado durante casi cuatro meses entre las capacidades constructiva y destructiva de ambos contendientes en una agotadora rutina de ataques diurnos y reparaciones nocturnas de la que dependía el ímpetu de la que fue la operación militar más compleja de toda la guerra.
Desperta Ferro Ediciones Especiales, nº III
84 págs.
(7,95 euros)
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