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«Llora como una mujer...»
Un 2 de enero de 1492 el último emir de Granada, Boabdil el Chico, salió de la ciudad para rendirse ante el rey Fernando el Católico
Un 2 de enero de 1492 el último emir de Granada, Boabdil el Chico, salió de la ciudad para rendirse ante el rey Fernando el Católico.
En un encuentro entre ambos que tuvo lugar frente a un morabito (personas especialmente pías a las que, popularmente se atribuía cierta santidad y por extensión, a los lugares en los que estos habían habitado, considerados sagrado y centros de devoción, fenómeno típico de algunos países del Magreb) sito en la margen izquierda del río Genil, donde actualmente se alza la ermita de San Sebastián. En aquel momento, y según el testimonio de un cronista de la época, se produjo la siguiente escena: «[...] con las llaves en las manos, encima de un caballo, quísose apear a besar la mano al Rey, y el Rey no le consintió descabalgar del caballo, ni le quiso dar la mano, y el Rey Boabdil le besó en el brazo y le dió las llaves, y dijo “toma, señor, las llaves de Granada; que yo y los que estamos dentro somos tuyos”».
Este acto se desarrolló conforme a los usos y protocolo que estaban establecidos en aquella época, aunque la rendición efectiva ya se había negociado con anterioridad, entre Boabdil por un lado y Hernando de Zafra y Gonzalo Fernández de Córdoba (quien ha pasado a la historia como el Gran Capitán), por otro. Sin embargo, la importancia del ceremonial era tal que la víspera de la rendición se produjo una entrevista en la Alhambra entre el rey Boabdil y el comendador mayor de León, Gutierre de Cárdenas, para acordar el protocolo a seguir. Aunque derrotado, Boabdil seguía siendo un rey.
El célebre cuadro «La rendición de Granada» (1882), del artista Francisco Pradilla Ortiz, uno de los ejemplos señeros de la pintura romántico-historicista en España, inmortalizó la mencionada escena. A pesar de que Pradilla representa a la reina Isabel en su cuadro, las fuentes discrepan de ello y probablemente no estuvo presente en el momento de la rendición, lo que se explica porque el liderazgo militar era de Fernando, su marido. Por otro lado, las fuentes son unívocas a la hora de ubicar el episodio frente al mencionado morabito, a 2 km al suroeste de la Alhambra, y ausente en el mencionado óleo. Pradilla retomó el tema una década después con «El suspiro del moro», plasmando la leyenda que cuenta que cuando Boabdil abandonó Granada a finales de febrero de 1492, al llegar al hoy conocido como puerto del Suspiro del Moro, que enlaza la Vega con el valle de Lecrín, se volvió para contemplar por vez última la que había sido su ciudad y que, no obstante, no había logrado mantener. Allí se habría producido el acerbo reproche de su madre, Aixa, quien le dijo a su hijo la famosa frase: «Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre». Sin embargo, esta afirmación no es más que invención de Antonio de Guevara, obispo de Guadix y de Mondoñedo, para echarle poesía al relato que narró en 1526 a la emperatriz doña Isabel de Portugal, recién casada con Carlos V (nieto de los Reyes Católicos), durante su visita a la ciudad. Triste es que ese sea el epitafio que ha pasado a la posteridad para un hombre que realmente supo batirse con fiereza por conservar su reino y de cuya valentía dan cuenta las fuentes historiográficas.
PARA SABER MÁS:
«La Guerra de Granada»
Desperta Ferro Ediciones
68 páginas
7 euros
El origen de la leyenda de El último mohicano
«El último mohicano» (1826), la obra más célebre del novelista norteamericano James Fenimore Cooper (1789-1851), llevada al cine en media docena de ocasiones, está ambientada en la Guerra Franco-India (1754-1763), que enfrentó al Reino Unido y Francia por la hegemonía en Norteamérica. El relato de Cooper ha deformado, con el paso del tiempo, la realidad histórica y las visiones y percepciones populares sobre los acontecimientos. Más allá de su colorida representación romántica, con héroes y villanos, asoma una historia compleja y de múltiples matices, pero documentada a través de numerosos testimonios. La piedra angular del drama es el épico relato del asedio y la caída del fuerte británico de William Henry, en agosto de 1757, y la masacre que se produjo al día siguiente de la rendición, cuando los aliados nativos de los franceses cayeron sobre la columna británica en retirada. Es difícil, incluso a día de hoy, separar el mito de la realidad y determinar qué parte de los testimonios es veraz y qué parte una exageración, pero todo apunta a que no se trató de una masacre premeditada, sino que la violencia fue escalando a medida que los indios trataban de apresar o desvalijar a los soldados británicos ante la pasividad de los oficiales franceses
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