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Los condes de Moratalla: El infante Francisco de Paula y el rey consorte Franciso de Asís

Padre e hijo compartieron sangre y pseudónimo

A la izquierda, Francisco de Paula, padre del rey consorte, Francisco de Asís; a la derecha, el cónyuge de Isabel II
A la izquierda, Francisco de Paula, padre del rey consorte, Francisco de Asís; a la derecha, el cónyuge de Isabel IIlarazon

Padre e hijo compartieron sangre y pseudónimo

A raíz de un episodio entre el infante Francisco de Paula –padre del rey consorte Francisco de Asís, esposo de Isabel II– y una amante suya, bordadora de cámara, Fernando VII decidió perdonar a su hermano Francisco de Paula, descartando su ingreso en religión como había propuesto el mismo arrepentido infante, pero le ordenó realizar un viaje por Europa durante más de un año. A partir de 1817 visitó París, Bruselas, Amsterdam, Frankfurt, Berlín, Dresde y Viena, con un séquito de la confianza de Fernando VII. Pero viajó con el título de incógnito de Conde de Moratalla, en referencia a la encomienda santiaguista del mismo nombre, que fue del mismo infante, donde se sitúan el castillo de Moratalla y los de Priego y Benizar, que en 1867, después de la muerte de Francisco de Paula, fueron subastados. Sin embargo, fue invitado por las familias reales que le agasajaron y le concedieron distinciones y condecoraciones.

Este hijo del Carlos IV y de la reina María Luisa, a quien algunos llamaban, por sus tendencias liberales «el Orléans de España», fue un activo masón, ostentando las más altas dignidades de la orden. Fue gran maestre del Gran Oriente Nacional de España, con el nombre de «Hermano Dracón». En 1839 fue elegido Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo del Grado 33 para España del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, cargo que desempeñó hasta 1844.

Su hijo Francisco de Asís de Borbón también utilizó el título de incógnito de Conde de Moratalla. Hasta ser hecho infante de España en 1823, había ostentado el título de duque de Cádiz. Pero en un viaje realizado por el rey consorte en 1851, a las cortes de Berlín y de Viena, mantuvo el incógnito de Conde de Moratalla porque aquellos gobiernos no habían reconocido al de la reina Isabel II, después de las guerras carlistas. Sin embargo, el Conde de Moratalla recibió en aquellas cortes las más delicadas atenciones. Francisco de Asís, que en el exilio francés residía en el castillo de Epinay, viajó de incógnito a Madrid en diversas ocasiones. En 1868, estando en Lequeitio, hizo un viaje así a la capital de España aprovechando que la reina estaba ausente en San Sebastián. Le acompañó su amigo Meneses. Los motivos del viaje eran dos: recoger las joyas de la soberana y otras de su propiedad, y hablar con el leal general Novaliches, a quien no logrará ver.

No hay acuerdo en si Francisco de Asís viajó o no para asistir a las exequias de Alfonso XII. Para la mayoría no se movió de Epinay. Otros afirman que viajó de incógnito a Madrid alojándose en el convento de Caballero de Gracia para seguir las ceremonias fúnebres. Algunos dan por hecho que estuvo presente en el funeral y entierro en El Escorial.

El rey consorte tuvo fama de no ser muy varonil. Su esposa, renuente a casarse con él, gritaba a su madre: «Paquita no, mamá, Paquita nunca». Isabel le llamaba también «el Puntillas», por los muchos encajes que vestía. Hubo quien compuso cuartetas ridiculizándole y asignándole el remoquete de «Paco Natillas» o «Paquito Natillas» y le cantaban: «Paquito Natillas, es de pasta flora, y orina en cuclillas, como una señora». O bien, «El rey don Paco Natillas, misterio insondable es, alterna nabo y mantillas, adivina tú lo que es». Antes de su exilio, para levantar celos a Isabel II y ganar reputación de hombre viril, visitó a las señoras Francescas, en la calle Leganitos. Se disfrazó de clérigo para pasar pretendidamente inadvertido cruzando las calles a pie, seguro de que a pesar de su disfraz, sería reconocido y el rumor de su devaneo volaría. Sin embargo, se tropezó con el confesor de las señoras que nunca había visto al rey. El carmelita le preguntó a qué orden o parroquia pertenecía. Por toda respuesta, el monarca dio media vuelta y escapó perseguido por el cura. No se le volvió a ver nunca más allí.