Papel
Primer abrazo sin gravedad
Eran las 00:09 horas en Houston aquel 17 de julio de 1975 cuando se recibió el mensaje del comandante Stafford: «‘‘Apollo’’ y ‘‘Soyuz’’ se están dando la mano ahora mismo». Por primera vez en la historia de la humanidad, dos naves espaciales de dos países distintos se juntaban en el espacio para realizar una misión conjunta. Se cumplía así un proyecto que comenzó tres años antes con la firma del presidente estadounidense Richard Nixon y el premier soviético Alekséi Kosygin del primer tratado de colaboración fuera de la atmósfera terrestre.
El acoplamiento, retransmitido por televisión, alivió brevemente las tensiones de la Guerra Fría y arrojó al mundo la idea de que la carrera espacial era un proyecto de paz.
Cuarenta años después, el espíritu de aquella misión está más vivo que nunca, aunque las cámaras de televisión ya no apuntan al espacio en busca de noticias. El mayor proyecto tripulado de la actualidad (la Estación Espacial Internacional) no podría haber sobrevivido si no fuera un empeño colaborativo entre todas las naciones que tienen algo que decir en la carrera hacia el cosmos. De hecho, ahora mismo, allí arriba, a más de 400 kilómetros sobre nuestras cabezas, un astronauta estadounidense, Scott Kelly, y un cosmonauta ruso, Mikhail Kornienko, se dan la mano todos los días mientras suman jornadas a su proyecto de pasar un año entero en el espacio (lo lograrán en marzo de 2016).
No fue sencillo dar aquel primer paso tal día como hoy de 1975. A las dificultades políticas hubo que añadir una serie de requisitos técnicos casi insalvables. Tres horas y 18 minutos tardaron los astronautas de ambas naves en poder abrir las escotillas después del acoplamiento y propiciar el primer abrazo de dos ciudadanos de dos países diferentes sin tener los pies en la Tierra. Los pioneros intercambiaron presentes, firmaron un acuerdo de colaboración y comieron juntos en la Soyuz. Cuatro horas después cada equipo volvió a su nave y las escotillas se cerraron de nuevo. Aquel trabajo fue fundamental para el futuro de la carrera espacial. Era imprescindible demostrar que una nave tripulada puede maniobrar con facilidad para intercambiar con otra personal, comida, material, herramientas... Para la misión «Apollo» fue, aún, más trascendental. Ese viaje de concordia fue el último que realizó la NASA bajo ese nombre.
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