Acoso escolar
«A mi hija le han destrozado el alma»
La familia de la niña víctima de acoso escolar que intentó quitarse la vida con 7 años se resiste a que el juez archive el caso y recurre a la Audiencia para exigir responsabilidad al centro y a los padres de la supuesta abusadora
La familia de la niña víctima de acoso escolar que intentó quitarse la vida con 7 años se resiste a que el juez archive el caso y recurre a la audiencia para exigir responsabilidad al centro y a los padres de la supuesta abusadora
Podría llamarse María, Inma, Claudia, Irene o Paula. Podría estar matriculada en el colegio de cualquier barrio, sin distinciones. Podría haber recibido ayuda y no la tuvo pese a ser una niña dulce, educada y criada con esmero por su familia. El acoso escolar, subestimado aún por algunos e ignorado por otros, puede convertirse en una auténtica pesadilla como la que viven los padres de una menor sevillana que con sólo siete años intentó quitarse la vida el año pasado y aún hoy, a muchos kilómetros, no ha conseguido despertar de un mal sueño. Carmen, su madre, quiere hacer visible el problema y lucha por ello. Por ahora, la Justicia elude cualquier responsabilidad penal del centro escolar. La presunta acosadora, de la misma edad que su hija –8 años ahora– es inimputable pero ¿en qué grado son culpables sus padres y hasta dónde se le puede exigir al colegio? Si la sociedad poco a poco se va sensibilizando, también los jueces.
Este reportaje no dispone de espacio suficiente para contar palabra por palabra el desgarrador testimonio de esta madre, que poco a poco ha logrado que su hija se abra a ella y sea capaz de contarle lo que sufría desde hacía dos años, más tiempo incluso del que inicialmente pensaban. De hecho, han confirmado que el «bullying» empezó el primer día que llegó al que creía un buen colegio, con sólo cinco años. «Sinceramente, preferiría que a mi hija le hubiesen roto todos los huesos del cuerpo a que me la hayan destrozado psicológicamente. Le han destrozado el alma. En verano comenzó a relatar la pesadilla: ‘Todas las mañanas me pegaba una patada en la fila. Al principio me dolían por fuera, luego solo por dentro`. Lo que a mi hija le causa pesadillas no es recordar las patadas que le daba, sino cómo toda la clase se reía de ella, cómo la dejaban sola en los recreos, cómo la acosadora la perseguía al baño, cómo le tiraba la comida en el comedor y las demás se reían, cómo la profesora miraba a otro lado...». Y Carmen se pregunta por qué de la palabra de esa maestra ha de depender si su hija ha sufrido acoso o no. Porque pese a las evidencias, pese a los informes psicológicos, a otros testimonios, el centro no se molestó en escuchar a la menor y la versión de la presunta acosadora. Sólo cuando la familia anunció que iría a la Guardia Civil, según cuenta, la dirección reconoció «que sí veían cosas y que iban a tomar medidas». «Sólo quería que me ayudasen a solucionar el problema pero insistieron en no reconocerlo ni tomar medidas vinculadas oficialmente al caso de acoso. Esa pasividad hacía que la familia de la otra menor reforzara la idea de que todo era una invención nuestra. Nos llamaban locas y se presentaban como las víctimas de nuestro ataque», se lamenta.
«Mi hija callaba por miedo pero su cuerpo –continúa– nos estaba diciendo a gritos lo que le pasaba: irritabilidad, crisis de ansiedad, depresión, pesadillas, bloqueo intelectual... En ese momento no supimos encajar las piezas. Tampoco su colegio ni la psicóloga supieron verlo». Una situación de debilidad que la acosadora aprovecha para «machacar» a su víctima. «Mi hija era fuerte, aguantó durante dos años un infierno», enfatiza.
Como cualquier familia a la hora de seleccionar el colegio de sus hijos, estos padres pensaron en ofrecer lo mejor a sus hijos. En el Aljarafe, su lugar de residencia, optaron por uno de los centros CEU que precisamente a nivel nacional presumen de ser pioneros en la aplicación del protocolo de prevención del acoso escolar. ¿Márketing? Es lo que piensan estos padres a tenor de su experiencia.
«No quiero una indemnización económica y me reenvían una y otra vez a la jurisdicción civil. Quiero que las personas a las que pedimos ayuda y decidieron mirar hacia otro lado, poniendo en peligro la vida de mi hija e impidiendo su recuperación posteriormente, cuando en vez de escuchar, creer y proteger –como aconsejan los expertos– trataron de ocultar el problema y, ante nuestra insistencia, le dieron la vuelta culpabilizándonos, sean castigados por ello, por sus propios actos. Y que se siente precedente para que en el futuro a otros profesores no se les ocurra seguir diciendo que ‘son cosas de niñas’, como ha dicho la profesora de mi hija, que llegó a dejarla sola con siete años a pesar de que le pedimos que la vigilara por riesgo de suicidio porque, según ella, mi hija le pedía estar sola. Esto propició que un día mi hija abriese una ventana y se subiese a una silla. Afortunadamente llegó una compañera. A día de hoy su pesadilla más recurrente es que la compañera no llega y ella se tira», recuerda.
Si Carmen no consigue que se reconozca el acoso sufrido, las graves secuelas y la responsabilidad de todos los que han provocado este sufrimiento en su hija, no logrará pasar página. Su familia entera se ha visto afectada. Incluso se ha traslado a Irlanda, donde inicialmente sólo iban a pasar el verano. «La niña no podía volver a España, sólo ver el escudo del colegio le causaba crisis de ansiedad. En sus condiciones no podía empezar un nuevo curso. Tiene un concepto monstruoso del colegio y de la amistad, porque es lo único que ha conocido. Por eso durante un año prefirió estar muerta y por eso a día de hoy sigue sufriendo cada día en su pupitre, recordando todas sus vivencias como si hubieran sucedido ayer». Era verano y no pudieron encontrar un colegio y residencia en Irlanda. Tuvieron que volver a España para que los cuatro niños empezaran las clases y solicitaron ayuda al colegio para que solucionara la situación: «Lo que nos encontramos fue kafkiano. Minimizaron el problema y se empeñaron en que nuestra hija volviera al colegio normalmente. Les requerimos que tomasen acciones efectivas para solucionar la situación. Pensamos que si las niñas le pedían perdón y se veía aceptada en el grupo podría cerrar heridas. Pero eso implicaba reconocer el acoso y no estaban dispuestos a hacerlo. Prefirieron culpabilizarnos a nosotros, convertir los daños psicológicos ocasionados a mi hija en las causas de sus problemas».
Resulta inimaginable ponerse en la piel de esta madre cuando habla de los pensamientos suicidas de la pequeña: «Tengo claro que si mi hija hubiese tenido unos años más hoy no estaría aquí. Una vez la pillé pidiéndole a sus hermanos que le pegaran lo más fuerte que pudieran. Yo me asusté y le insistí para que me explicara por qué estaba haciendo eso. Quería saber cuánto dolor era capaz de aguantar para cuando se tirara por la ventana. Afortunadamente la ansiedad por separarse de nosotros la delató».
Hoy su hija sigue sin estar bien, sufre estrés postraumático. Porque sacar a la víctima del entorno no es la solución, y Carmen así lo reconoce. Sus habilidades sociales han quedado cercenadas. Los síntomas dan escalofríos: «flasbacks», episodios de ansiedad, autolisis, ideas suicidas, taquicardias...
Por ahora un juez ha archivado el caso «sin entrar en el fondo del asunto». La decisión está recurrida a la Audiencia. La Administración de Justicia da la espalda porque la «presunta acosadora» es inimputable, aun cuando no se refiere a ella la querella. La familia denuncia exclusivamente los hechos cometidos por adultos, la omisión del deber de socorro, los daños ocasionados a toda la familia... Sea como sea alguien tendrá la culpa de que a esta niña a la que le encantaban las montañas rusas, hoy tenga miedo a subirse a una escalera mecánica.
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