Andalucía
Días para escuchar y leer
Juan Perro retoma «El viaje» y un libro recopila la aventura del rock en Andalucía
En varias ocasiones el rock ha sido llamado la música del diablo, parece que en muchas de ellas con razón. Desde mediados de los años cincuenta viene dando quebraderos de cabeza al lado más serio de la sociedad, a esa parte de la gente que siente el ritmo y lo más que se permite es mover la punta de los pies. Como la guitarra de Woody Guthrie, que llevaba un letrero que advertía de que era una máquina de matar fascistas, el rock lo que ha intentado siempre es acabar con los carcas. Ponga a todo volumen, como se recomendaba en la carátula del disco, «The rise and fall of the Ziggy Stardust and the spiders from Mars» y verá cómo los vecinos más casposos empiezan a sentirse peligrosamente mal para alivio suyo. Esto es una temeridad y nadie quiere un fiambre en el edificio, desde luego, por lo que hay que buscar fórmulas más civilizadas para disfrutar de la música que cambió el siglo XX. Ahí van dos para estos días de sosiego pascual.
El primer bocado lo ofrece esta noche en la sede de la Fundación Cajasol en Sevilla Juan Perro, que presenta las canciones que componen su último trabajo, «El viaje». Por cuestiones evidentes, el alter ego de Santiago Auserón representa la «rara avis» que trata de llevar una carrera en solitario con cierta coherencia y dignidad después de pertenecer a un grupo de gran éxito. Nada de revivales absurdos con mucho tinte y pómulos retocados, se buscan otros caminos y asunto concluido aunque no se tenga ya la misma pátina de juventud.
Radio Futura cambió el paisaje sonoro español a comienzos de los años 80. Nadie sonaba como ellos, ni tampoco otro grupo presentaba unas canciones con aquellas letras. El éxito les sobrevino y sobrevivieron, pero la llegada de la década de los 90 acabó con ellos aunque la semilla ya estaba sembrada y el veneno inyectado en la piel. El líder de la banda aún no se había cambiado el nombre, pero ya había realizado el viaje de ida y vuelta al continente americano de donde se trajo una amplia variedad de sonidos que introdujo en sus posteriores discos en solitario. Nuestros oídos aún estaban vírgenes y del otro lado del océano en español sólo nos sonaban pocas cosas fuera de las melodías puramente comerciales. Por ejemplo, la música cubana era mucho más que Machín y la trova. Estaba el gran Bola de Nieve, que entroncaba directamente con los sonidos más oscuros del sur de EEUU, mezclados por el jazz y la canción popular. Como éste, muchos son los nombres propios que ahora se disfrutan en gran medida gracias a la labor de investigación y promoción del músico aragonés.
Por todo eso y mucho más, no olviden que Juan Perro actuará esta noche bajo los parámetros de este mestizaje del que hablamos y en absoluta soledad, porque las canciones que se recogen en «El viaje» las interpreta solamente acompañado de su guitarra. Se trata del séptimo disco en su carrera en solitario, en el que recoge una serie de canciones que fueron quedando en el olvido durante varios años, fundamentalmente entre 2010 y 2015, pero que recuperó para recorrer diversos espacios sonoros en este viaje de ida y vuelta.
Esta música no sólo se escucha, también se lee. Ahí val el segundo golpe. La editorial Almuzara acaba de lanzar «Historia del rock andaluz», del periodista Ignacio Díaz Pérez. Un trabajo que se mete en las entrañas de un movimiento musical brutal y sin precedentes que no cuenta con el reconocimiento necesario. ¿Qué era el rock andaluz? Pues en términos generales, lo mismo que el de Manchester en la era del Brit Pop sólo que mezclado con el flamenco, las armonías andalusíes y agitado en un poco de LSD. Ésa fue la fórmula inicial, la que llevaron a cabo Smash a finales de los años sesenta en la capital andaluza, pero cada grupo cambió la receta a su modo y los ingredientes fueron añadidos o eliminados según el gusto del momento. Por las páginas del libro aparece una larga lista de nombres propios de los años setenta y ochenta del pasado siglo que se han convertido en referentes para una legión de admiradores y nostálgicos. Apunten: Triana, Media Azahara, Camarón de la Isla, Veneno, Pata Negra, Goma, Lole y Manuel, Alameda o Imán Califato Independiente. Como le sucedió a Auserón en Zaragoza, la cercanía con las bases norteamericanas de Rota y Morón facilitaron el intercambio y facilitaron la llegada de nuevos sonidos que rompían la monotonía de los grupos españoles del momento. De estas formaciones salieron intérpretes en solitario cuya carrera ha tenido un mayor o menos recorrido. También aparecen en «Historia del rock andaluz», lo que permite ver el punto de vista de quienes fueron protagonistas desde el éxito o el fracaso, desde la distancia, física o metal. Ahí está el ejemplo de Chano Domínguez, músico internacional que fue uno de los miembros de Cai y que en la actualidad vive en Nueva York dedicado a su labor de pianista de jazz de prestigio.
Además de las tropecientas anécdotas que se cuentan, entre ellas la archiconocida de los hermanos Amador en un estudio de grabación en Madrid comiendo una sandía encima de un piano de cola, Díaz Pérez retrata la progresión de un movimiento musical que se desarrolla en paralelo al propio desarrollo de la sociedad andaluza. Por decirlo de otra manera, el libro cuenta perfectamente la pérdida de la inocencia de unos músicos que en general no lograron el éxito que esperaban y cuya trascendencia ha quedado, quizás injustamente, en la nostalgia y en los bochornosos intentos de recuperar grupos extintos mediante «tributos». Ninguno de ellos llegó a las listas de éxitos internacionales, su geografía se circunscribe al panorama nacional a excepción de algunos nombres propios vinculados a otras facetas musicales como Miguel Ríos. No es la historia de un fracaso, sí es la narración de cómo la música aportó su punto de color a la transformación de Andalucía.
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