Radio
El niño Talaya
Santi Talaya fue siempre el niño que retransmitía en su casa a escondidas la última final del mundial o la primera entradilla de Luis del Olmo aún de madrugada. La radio era su sustento vital, el pan con el que alimentarse todos los días, le brotaba en la sangre –y disfrutaba con ella– como su gran patria sentimental.
En ese corpachón de hombre estaba el niño de Lepe que se crió sin hermanos, pero tuvo desde pequeño la compañía de todos los grandes que se han puesto delante del micrófono. Su admiración por García, por Gaspar Rosety, por Carlos Herrera, por Antonio Herrero... era la admiración a sus padres mayores, a sus compañeros de confidencias, a los que a este lado de las ondas les contaba que quería ser como ellos.
No valía la pena porfiar con Talaya el día en que García anunció tal o cual fichaje o el mundial en el que participó Roberto Gómez, que se quedó ojiplático con el niño Talaya –él y Carlos Herrera– una noche en Colombinas cuando le contaba –¡con su propio gránulo de voz!– sus narraciones deportivas. No valía la pena porque la apuesta estaba perdida de antemano. Santi lo sabía todo. La radio fue un padrenuestro aprendido en la niñez.
Nos citamos cuatro duelistas esperando el primer EGM tras el movimiento de Carlos Herrera y Carlos Alsina, que recordaron a las pocas horas de conocerse la noticia –ay Santi– al gran Talaya. Apostamos una cena a un resultado. Me tuve que rendir cuando se conocieron los datos de audiencia. «Tuvo usted razón. El dardo en el EGM», le escribí en un mensaje. Al otro lado del teléfono, sin escucharlo, lo escuché reírse, a panza batiente, como el niño que otra vez se había salido con la suya.
No hubo nunca un «no» de Santiago Talaya. Jamás. Ni cuando le pedíamos que participara en los foros de entrevistas de LA RAZÓN, ni cuando le pedía un artículo a horas intempestivas, ni cuando le «invitaban» a presentar al autor y su libro. En uno de estos últimos bolos Talaya acabó cantando por Sinatra, a su manera, enamoriscando al respetable y dando un recital que todavía se recuerda.
Y no tenía nunca un «no» Talaya porque disfrutaba el periodismo, porque seguía viviéndolo como cuando imitaba en su casa a escondidas la voz y la pose de García. Se licenció en Económicas, pero eligió ser periodista. El torrente, en el desbordamiento de vida, siguió el cauce que estaba prefijado, claro desde la cuna. Te vamos a echar mucho de menos niño Talaya, mucho amigo.
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