Sociedad
Eugenesia en el campo
En el futuro habrá pueblos andaluces cuyos pobladores no podrán cruzarse con quienes vivan allende la linde municipal. Sucederá como con ciertas razas de perros: ni un mamporrero podría hacer procrear a un mastín con una chihuahua. Ese fenómeno, natural en la vida del planeta, corre el peligro de extenderse al género humano, más concretamente a aquellos que viven en la profunda Andalucía. La selección de la raza está siendo extraordinaria. Sólo los familiares de los reyezuelos y príncipes del terruño pueden permitirse el lujo de quedarse a vivir en el pueblo; el resto de los jóvenes en edad de trabajar, a emigrar. Aire, vecinos, aire, que no cabemos todos. El procedimiento de esta intervención eugenésica consiste en algo harto sabido por los residentes en el medio rural: el acceso al empleo público, dirigido por los ayuntamientos, manda a freír berzas los principios de igualdad, mérito y capacidad, de manera que sólo ser miembro del clan asegura el trabajo y la subsistencia. Así llegará un día en que, pongamos por caso, será inviable mezclar los genes de un varón de Palma del Río con los de una mujer de Zahara de la Sierra. Y mientras en los pueblos el empleo público es un bien vedado al dedazo y a la consanguinidad, en las ciudades sorprende la repentina carencia de albañiles. Unos con tanto y otros con tan poco. El turismo, ese nuevo maná para el inversor, ha provocado una fiebre por el nuevo oro que recuerda al de los conquistadores españoles que buscaron por toda América las minas del Rey Salomón. El furor por la construcción y la reforma azota los centros de las ciudades, pero, al parecer, ya no quedan paletas. Golpeados por la burbuja, la mayoría se quedó sin nada y volvió al pueblo. Algunos son empleados públicos y los más no pueden ya ni reproducirse en el exterior.
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