Financiación autonómica
Las once mil vírgenes y los cuentos
En la política, como en la vida, la exageración es un fenómeno común. Un parlamentario, si es habilidoso, sobreactúa con la suficiente naturalidad como para definir la salida del sol de suceso extraordinario y la falta de lluvia como de lo más normal. Pero hasta las exageraciones tienen sus límites. Lo principal, dictaban los retóricos clásicos, es que sean verosímiles, justo lo opuesto del último cuento de Podemos. El relato, poco creíble incluso en un jardín de infancia, se fundamenta en una sencilla lógica con derivada de funámbulo: la ciudad de Madrid marcha económicamente de maravilla porque gobierna un partido, el de ellos, capaz de hacerlo, por extensión, igualmente de maravilla en el Gobierno de España. La sucesión de exageraciones sería materia de chiste si no fuera porque su macho alfa, Pablo Iglesias, calificó de «presos políticos» a los golpistas catalanes en prisión preventiva. Ser un exagerado, en lo cotidiano, puede ayudar a algunos a que los inviten a una caña; en política, en cambio, las hipérboles de carnaval provocan no sólo la risa sino la pérdida del crédito. Más cruenta fue la exageración medieval que relataba el martirio de Santa Úrsula y de las once mil vírgenes. Tal caso fue objeto de sesudo estudio hasta hace bien poco. ¿Pero hubo alguna vez once mil vírgenes?, se preguntó procazmente Enrique Jardiel Poncela en aquel culmen del humor absurdo. Pues de martirologios y absurdos a la sobreactuación de José Antonio Griñán en 2009, cuando aprobó en nombre de Andalucía el modelo de financiación autonómica aún vigente. «Este acuerdo es once mil veces mejor», defendió Griñán entonces. Ocho años después, en medio de la negociación de uno nuevo, la Junta de Andalucía canta y vocea todo lo contrario. Qué exagerados son los políticos.
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