Lucas Haurie
Pánico mechado
Pánico mechado
Desde que Orson Welles aterrorizó en 1938 a los neoyorkinos –en Ecuador, años después, la adaptación de Radio Quito causó cinco muertos y millones de sucres en pérdidas– con su versión radiofónica de «La guerra de los mundos» no se veía nada parecido. La capacidad de los medios para expandir el pánico, sea a través de una ficción o del enfoque exagerado de una noticia, debería concienciar a los responsables. Esta era digital, en la que la palabra de moda es «viral» incluso por encima de la sacrosanta «verdad», es infausta para la información porque se han amputado los mecanismos de control, ya sea por un ahorro de los costes ya sea por mera burricie. El muy consuetudinario «me estoy cagando por las patas abajo porque me habré debido comer algo malo» ha degenerado, sequía agosteña mediante, en un circo dantesco que no lo es tanto por su futilidad intelectual como por el perjuicio que está causando a actores con mayor o menor culpa e incluso a algunos del todo inocentes. Tras un cierre de 34 días por vacaciones y reformas, el viernes pasado reabrió «El Rinconcillo», cuyos dueños no han tenido que lidiar en el primer fin de semana de actividad con la faena habitual, sino con una espiral de propaganda negativa desencadenada por la pereza (o el mero desprecio centralista a lo que sucede en provincias) de algunos editores de televisión. Al utilizar imágenes de recurso de «bares en Andalucía», han emitido en bucle secuencias grabadas en este emblemático establecimiento que, repito, lleva más de un mes cerrado y que, por otro lado, no ha servido jamás una mísera tapa de carne mechada. Las causas de la creciente desafección del público y de la merma de la credibilidad también se encuentran, la mayoría de las veces, en el trabajo mal hecho. Porque no siempre la culpa es del empedrado.
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