Cultura
Salvador Távora
Tengo su recuerdo grabado desde temprana edad. Salvador Távora fue una persona distinta: único y genial. Íntimamente enraizado con su barrio del Cerro del Águila, se sentía profundamente andaluz. Andalucía era su bandera. Y hacía gala del amor por la cultura andaluza más honda y profunda a través de infinidad de representaciones teatrales. Salvador parecía un personaje lorquiano, cuya vida giró tras la fatídica muerte del rejoneador Salvador Guardiola aquella tarde en Palma de Mallorca. Tenía ese aire agitanado –mitad torero, mitad flamenco– y guardaba en su interior un universo de sinfonías, toques de cornetas y tambores, bailes por seguiriya y voces heridas de dolor. Representaba el drama por encima de ese júbilo o esa alegría con la que tantas veces relacionan al ser andaluz. Su patria era la Andalucía más seria y cabal. Un drama donde cabían mayorales, gitanos de romances de Lorca, cigarreras con mantones de Manila y caballos de pura raza. Y donde reivindicaba la lucha social y las libertades. Durante un tiempo, convirtió nuestra finca «Rancho El Rocío» en un cuartel general de su compañía, «La Cuadra de Sevilla». Por allí pasaron su inseparable Lilyane Drillon, el jinete Jaime de la Puerta, el músico cofradiero Julio Vera y una infinidad de artistas y bailaores como «El Mistela», «Maera de Triana» o el propio «Falete», cuando aún era desconocido. De ahí, salieron las obras «Villalón y los toros» y «Don Juan en los ruedos», que se llegó a representar por buena parte de España y en algunas plazas de Colombia. En los espectáculos de la Feria del Toro, participaba toda nuestra familia con doce caballos del hierro de Peralta. Ideólogo, creador, dramaturgo, defensor de la libertad y profundo andaluz. Salvador Távora deja ahora ese «Sillón Vacío» que él mismo llegó a representar.
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