Barcelona
«Un triunfo de Rafael Nadal suma más voluntades que un sesudo discurso intelectual»
El periodista y escritor Daniel Pinilla (Sevilla, 1974) ha publicado «Expaña» (Samarcanda), una obra que no pretende ser una reivindicación de España, sino una investigación-crónica de viajes periodística para entender el desafecto que parece presidir todo lo relacionado con la idea de España y qué hemos olvidado al respecto.
–¿Por qué Expaña?
–Mi formación como periodista me alienta a darle muchas vueltas a los títulos. No he pretendido caer en el amarillismo ni dar por cierto un término que parece apuntar al fin de España tal y como la conocemos. Simplemente considero que este título tiene brillo literario y escenifica el momento actual de desconocimiento general sobre un país que ha sido el único capaz de generar la proeza de un continente mestizo y que en la actualidad casi parece pedir perdón por existir. He de añadir que comenté mi título a varios escritores notables y que Pérez Reverte me dijo que era cojonudo, y que si no lo usaba yo lo haría él. Eso hizo desterrar cualquier pequeña duda.
–¿Cómo se mide el sentimiento español?
–De un tiempo a esta parte parece que debes denigrar la idea de España para que te expidan el carné de intelectual. Se ha identificado de forma errónea el españolismo con una idea casposa identificada con el concepto de facha en la psique colectiva. Ésta es una palabra fascinante, porque la inmensa mayoría de los que la usan como arma arrojadiza son incapaces de definir a qué se refieren. La pregunta es si queda espacio para un sentimiento españolista sano. Para lograrlo, hay que pensar el país, lo que es una obligación de todos. Sin embargo, estamos inmersos en una manipulación constante de conceptos históricos y de legitimidades. No busquemos culpables fuera: un país que cada tarde se sienta a ver Sálvame tiene lo que se merece. Personalmente no soy nacionalista; por eso he intentado con mi libro re-descubrir y explorar los lugares y personajes que han construido la identidad nacional española, qué hemos olvidado por el camino de nosotros mismos y por qué algunos de nosotros quieren marcharse.
–¿Existe un mejor concepto de España fuera que dentro de sus fronteras?
–La boina del nacionalismo se cura viajando. Cuando uno sale fuera se da cuenta que no somos tan especiales. El grave problema de España es que históricamente ha manejado, y sigue manejando, muy mal la imagen que proyecta. Un país que no respeta a sus héroes y desconoce su propia grandeza está abocado a implosionar. Y en eso estamos con ardor.
–Pero ¿cuántas Españas hay?
–Puede haber tantas como ciudadanos quieran emitir un juicio sobre ella. El pensamiento no tiene fronteras. Lo que sí tiene un espacio definido es la ley. Yo sostengo que no es necesario ser independentista viejo (sostenido en el deseo de formar una nación que previamente haya existido) para ser independentista legítimo. Yo puedo querer formar una república independiente en Triana para pagar menos impuestos, pero he de entender que eso colisiona con la ley, que es el marco que técnicamente nos hace iguales. Y ser revolucionario siempre ha comportado riesgos, así que no caben lloriqueos. Mire, yo he vivido en Cádiz muchos años y, cuando los de Astilleros cortaban el puente, no se quejaban si la Policía los disolvía a empujones. ¡No les iban a dar una medalla...! Lo que sucede es que el famoso Derecho a Decidir permite la reducción al absurdo por atomización: si votan sólo los censados en Cataluña y sale el sí, pero en Barcelona sale el no, ¿permitirían que Barcelona haya decidido quedarse en España? Lo cierto es que cuando Kant acuñó el término de autodeterminación, lo hizo pensando en la trascendencia del ser humano y no en componendas políticas avivadas por propaganda escolar, tintes racistas y políticos vagos.
–A Pedro Sánchez le cuestionaron por la palabra nación, ¿aún hay que explicarla?
–Durante mis viajes por España dialogué con el alcalde de Gallifa, el primer pueblo catalán declarado insumiso fiscal. La entrevista fue sensacional y el edil me explicó que la gestión temeraria de Zapatero dejó insatisfechos a todos y abrió un camino de no retorno: ZP prometió apoyar un Estatuto de Cataluña sin haberlo leído y sin saber si sería contrario a la Constitución de todos. Claro, cuando luego se ve obligado a dar marcha atrás, el incendio se multiplicó.
–¿Qué ha descubierto de sus viajes por el país?
–Lo rápido que cambian los elementos de identificación. En un par de horas de coche se puede pasar del interior de Cataluña, donde el Estado ha desaparecido por incomparecencia a poblaciones aragonesas estructuradas en torno a elementos católicos propios de la Reconquista que vertebró España como construcción nacional moderna. Por cierto, me ha divertido especialmente reconstruir la historia de Prisciliano, un hereje que pudo ser el origen del Camino de Santiago, me he emocionado ante la España que se queda vacía en los Montes Universales y he investigado qué significa vivir en la frontera al merodear y explorar la valla de Ceuta. Al final, una victoria de Rafael Nadal en París suma más voluntades que un sesudo discurso intelectual. Lo que debemos es entender cómo funcionar solidarios y con la moral alta en el día a día, no sólo cuando hay un triunfo deportivo sonado.
–Desde el ombliguismo andaluz, tierra en la que no se discute la guerra territorial, ¿en qué deberíamos fijarnos?
–No se discute ahora, porque en el siglo XIX hubo no pocas guerras entre cantones andaluces que eran vecinos... El folclore andaluz se ha identificado con el nacional desde el tiempo de los viajeros románticos que exploraron España en busca de exóticos forajidos y amores imposibles. No existe el elemento diferencial del idioma con el resto del país ni se consume energía en una disputa identitaria permanente. Todos los nacionalismos parten de un ansia de dinero (más dinero, se entiende), así que si nos enfocamos en mejorar la calidad de vida, en hacer pedagogía y en respetar la ley, el problema se evapora solo.
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