Festivales de Música

126.000 personas en el Sónar en busca de un pedazo de futuro

El festival bate récord de asistencia con un destacado incremento del público nacional

La masiva asistencia al Sónar lo han convertido en el más masivo de su historia
La masiva asistencia al Sónar lo han convertido en el más masivo de su historialarazon

No hay nada que de tanto miedo que organizar una gran fiesta por algún aniversario importante para ti y que no se presente nadie. Ah, pero cuando ocurre lo contrario, y viene todo el mundo, entonces está claro que no sólo es importante para ti, y la satisfacción es triple.

No hay nada que de tanto miedo que organizar una gran fiesta por algún aniversario importante para ti y que no se presente nadie. Ah, pero cuando ocurre lo contrario, y viene todo el mundo, entonces está claro que no sólo es importante para ti, y la satisfacción es triple. Esto es lo que ha pasado este año con el Sónar, celebraban su 25 aniversario y todo el mundo quería estar allí. No hay duda que el festival es importante para mucha gente. En total, más de 126.000 personas han convertido a este Sónar en el más masivo de su historia. Y por primera vez en muchos años, el número de público nacional ha superado al internacional, debido, según la organización, entre otras variables, al efecto llamada del 25 aniversario.

Desde que en 2013 se trasladaran a Fira de Montjuïc, la consolidación del Sónar de día ha sido tal que hasta convoca más gente que el de noche. Un total de 64.000 personas apostaron así por poner un ojo en el futuro y ver lo que le espera a nivel musical, artístico y tecnológico a la humanidad en los próximos años. El reto se verá el año que viene, cuando el festival se celebrará del 16 al 18 de julio, un mes después de sus fechas habituales. «Se organiza una feria de maquinaria textil, la más importante del mundo, y nos hemos visto obligados a mover las fechas, pero en 2020 volveremos a nuestro calendario usual», explicaron. Tanto da, como le decían a Kevin Costner en «Campo de sueños», «si lo construyes, ellos vendrán».

La tarde del sábado comenzó así con cansancio, pero gran expectación. Second Woman, dúo de americanos inquietos, retorcieron la electrónica de olor a submarino en un genial show audiovisual más para sentir y pensar en utopías que para bailar. Para eso lo mejor era refugiarse en el Village con el house feliz de Jarami, al menos así se sentía el público, como en house y felices.

Aunque el último día empezó con cierta anomalía, el regreso de la instrumentación clásica. Eso hicieron los españoles Big Menu & Friends y el combo americano nigeriano Amp Fiddler & Tony Allen, en una especie de jazz funk de atmósferas nocturnas que descolocó a muchos, que se dijeron, «pero qué... es eso». Eso era una maravilla, pero ya sabes, cuando esperas un perro, Angelina Jolie te parece un monstruo. También bien instrumentados, y con un cálido y efectista show audiovisual, llegaron Cornelius. Los japoneses y su art pop entre el experimento y el candor es todavía vigente.

A esas horas, la cola para entrar en el Sónar Complex demostraba el efecto llamada que provoca el tumulto. «Para qué es esta cola, qué hay que ver», preguntaba el último al penúltimo una y otra vez hasta el delirio. El caso es que el concierto Grace and the Color of Sound se llenó. Su hip hop político y teatral tuvo su encanto, con una bailarina espasmódica respondiendo a los beats y las protecciones como si de la mismísima Beyoncé se tratase.

Y todavia quedaba mucho en el recuerdo del viernes noche, como cuando Gorillaz, en «On melancholy hill», volvió locas a 30.000 personas, coreando a la par los agudos del estribillo, sorprendiendo incluso a Damon Alban, que no podía dejar de sonreír. El líder de blur se lo pasó de fábula, al igual que sus múltiples compañeros, y contagiaron esa sensación de fiesta y verbena. Quizá por eso parecieron dispersos, lastrados por la cueva engullidora de sonido que es el escenario principal del Sónar noche. No hicieron un concierto, hicieron muchos, y claro, esa sensación de arbitrariedad parecía a veces sólo dar palos de ciego.

Más controlados, más homogéneos, y claro, más aburridos estuvieron Bonobo y su downtempo tan emocional que a veces parecía una tarjeta de Navidad con una frase bonita para hacer llorar a las abuelas. Eso sí, estuvieron magníficos a la hora de interpretar su repertorio. Ay, si tuviesen más repertorio. Más humano, más empático y más salvaje se mostró Yung Lean, nueva demostración que los nuevos ritmos urbanos se basan en gritos oscuros para asustar al corazón. Nacen del miedo y lo liberan, convierten a todos en los bellos salvajes rousselianos. Después llegaría el trash techno, acelerado y desafiante de Benjamin Damage, todo un fenómeno en multiplicar los latidos del corazón hasta que es imposible seguirle para bailar.