Arte, Cultura y Espectáculos
Danza y circo tecnológicos
El Teatre Grec acoge la última maravilla del creador Roberto Oliván, «Cuculand souvenir»
El Teatre Grec acoge la última maravilla del creador Roberto Oliván, «Cuculand souvenir».
Saúl estaba estirado en su sofá con el móvil en la mano mirando su instagram. Lo hacía con cierto aburrimiento, pero estaba cansado, era tarde y no le apetecía hacer nada más. Le gustaba ver lo que hacían los demás, sus amigos, compañeros, familiares, famosos de todo registro, tanto daba. No era por una morbosa y fisgona necesidad voyeur, sino por la alegría de poder juzgarles en secreto, reírse si hacía falta, aplaudir y sentir cierta superioridad moral simplemente porque él era el rey y los demás bufones cuya vida sólo servía para distraerle.
No lo podía evitar, eso es lo que le pasaba, y le gustaba, le encantaba, le hacía sentir bien, poderoso, real ¿Por qué? Porque eso es siempre lo que hace el que mira, juzgar, interpretar lo que sucede, otorgarle valor, o sea ser una degeneración de la propia voluntad. Es decir, mirar Instagram le hacía creer, en cierta manera, que era el dueño y señor de todo lo que veía simplemente porque estaba allí para su placer y satisfacción.
De pronto, una imagen le llamó la atención, una fotografía en movimiento de lo que parecía su pie izquierdo. No lo podía creer. Daba unos rítmicos saltitos que eran una monada. Sabía que era su pie porque tenía el mismo tatuaje de un león rugiendo en el tobillo, pero no recordaba haber bailado así en su vida, y mucho menos haberse grabado, y por descontado no era de los que luego lo cuelgan en las redes sociales. Volvió a mirar el vídeo y podía certificar que era su pie, y era contagioso, no podía evitar seguir el mismo ritmo como si el vídeo fuese en directo.
Por curiosidad, vio quien había colgado esas imágenes y se dio cuenta, con sorpresa, que había sido él mismo. Como acto instintivo, se quitó los calcetines rápidamente y miró sus pies con atención, centímetro a centímetro. Nunca se había fijado tanto en unos pies, y sintió que no eran más que esperpentos grotescos y subdesarrollados de una especie primitiva y animal. Bailar sólo era la voluntad del hombre de contradecir su bestialidad. Saúl lo vio claro, no se bailaba por amor, por belleza, por un abrazo rítmico a la naturaleza, sino por puro rechazo de uno mismo, de la bestia que llevamos dentro.
Y aún así, no podía apartar la vista de esos pies. Podía ser que no fuesen suyos, que hubiese la mínima posibilidad que otra persona en el mundo tuviese su exacta réplica de pie y de su tatuaje en el tobillo, pero ahora tanto daba, como era él quien lo miraba, eran suyos por completo. Él era el rey y estaba allí para su distracción. Es curioso como nunca había sido tan consciente de sus pies en toda su vida y nunca los había sentido más suyos que en ese momento.
Vamos, no había duda, tenían que ser los suyos. Por una vez, le pareció divertido que se hubiese grabado bailando. Le pareció tan divertido que intentó imitar aquellos pasos, pero no tardó en torcerse el tobillo y caer al suelo lleno de dolor. Saúl no sabía que pensar, pero miró otra vez las imágenes y vio que había gustado tanto, que tantas personas le habían dado su aprobación, que se pasó la siguiente media hora devolviendo comentarios de su muro, como si fuese el rey otorgando el favor de sus comentarios magníficos a los demás.
Al final, se quedó dormido con la imagen de sus pies bailarines en un loop interminable. Cuando se despertó con los primeros rayos del sol, lo primero que buscó con la mirada fueron sus pies y después su móvil. Tenían 56.753 me gusta y se sintió tan respaldado que ese día se negó a calzarse, a tapar aquella maravilla, y se marchó descalzo al trabajo. «Pero qué haces, Saúl, ¿te has olvidado los zapatos?», le preguntó horrorizado su jefe. «No los reconoces, ignorante, son los pies de 56.753 personas, los pies más magníficos de la historia», dijo y se sentó en su sitio sin dejar de bailar como había hecho en aquellas misteriosas imágenes.
La realidad se ha visto vuelta del revés por culpa de las redes sociales y el universo digital que ha hecho que nuestra relación con nuestro entorno sea ahora más compleja y extraña que nunca. La mejor forma para reconocer este fenómeno y ponerlo en tela de juicio es el arte y no hay forma más directa y poética para hacerlo que la danza. Roberto Olivan lleva más de una década enfrascado en esta voluntad de interrogar a la realidad a través de unos montajes que buscan alcanzar un nuevo lenguaje híbrido que conceptualice a un tiempo danza, audiovisuales y circo. El último ejemplo podrá verse por todo lo alto dentro del Festival del Grec.
El Teatre Grec acoge mañana el montaje «Cuculand souvenir», una reflexión de cómo las nuevas tecnologías han colonizado nuestra vida diaria hasta transformarla, ¿para bien?, por completo. El coreógrafo y creador Roberto Oliván une danza, circo y audiovisuales para sumar pequeñas microhistorias que reflejan a la perfección nuestra vida contemporánea, atomizada, llena de golpes de efecto, de virtualidad absoluta y búsqueda de inmediatez sensorial, pero sin un discurso claro que de un sentido coherente a la realidad.
A través de la yuxtaposición de estas pequeñas escenas, que van desde la danza urbana a al movimiento contemporáneo, pasando por números circenses de gran tensión dramática, Oliván muestra que al final del día no somos más que lo que mostramos ser y que a veces, lo que mostramos ser, puede ser muy, pero que muy poco, y confundirnos de una forma fatal que nos marque para el resto de nuestras vidas. Junto a él, Piero Steiner le ha ayudado en la dramaturgia, y tiene a Laurent Delforgue como creador musical y Romain Turdy como el genio audiovisual. Pero lo más grandes son los ocho intérpretes/bailarines/fonambulistas.
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