El desafío independentista
El apoyo internacional al soberanismo catalán, asignatura pendiente de Mas
El reconocimiento internacional del proceso soberanista ha sido una de las principales obsesiones de Artur Mas desde que fue reelegido presidente de la Generalitat. Sin embargo, sus esfuerzos apenas han dado resultados, puesto que su lista de aliados extranjeros hasta el momento es inexistente. Únicamente el primer ministro de Letonia, Valdis Dombrovskis, abrió la puerta a reconocer la independencia de Cataluña – «si hay legitimidad en el proceso diría, teóricamente hablando, ¿por qué no?»–, pero, poco después, el mismo gobierno letón emitió un comunicado aclarando que el asunto debe ser resuelto «según la legislación y la Constitución españolas». Estos son, hasta ahora, todos los frutos que ha producido una política exterior de la Generalitat que no puede presumir de su influencia internacional.
Los frecuentes viajes de Mas a Bruselas tampoco han servido para hallar complicidades de las autoridades europeas con el proceso soberanista, ya que diferentes comisarios de la Unión Europea han subrayado que la independencia de Cataluña provocaría su inmediata expulsión del club de los 28 y obligaría a negociar su adhesión. Pese a los inequívocos mensajes del bloque comunitario, la Generalitat se resiste a aceptar su expulsión con argumentos que trata de vestir de sentido común.
Los nacionalistas catalanes opinan que es impensable dejar a Cataluña fuera del bloque comunitario tras 25 años de pertenencia a la UE y añaden que el nuevo estado sería un contribuyente neto a las arcas de la Unión. «La solución de la Unión Europea no será expulsar a siete millones y medio de europeos», ha repitido Mas en varias ocasiones sin mayor amparo que el de sus propias convicciones.
La Generalitat emplea varios argumentos para que se reconozca la eventual independencia de Cataluña. Apela a principios democráticos, subraya que no hay de precedentes de un proceso com el catalán y alerta de los altos costes económicos y jurídicos que comportaría dejar a Cataluña fuera de la Unión. El problema es que toda esta lista de razones no las comparte nadie a nivel internacional y sólo forman parte del cuerpo ideológico que la Generalitat está construyendo.
Pocas voces como la de Francesc Granell, catedrático de Organización Económica Internacional de la UB y director general de la Comisión Europea, han resumido con mayor claridad los riesgos del viaje independentista. «Cataluña sería un estado fallido como Somalilandia», dijo recientemente en una entrevista en «El País».
La opinión de Granell –el primer jefe que Mas tuvo en la Generalitat a principios de los años 80– resultó demoledora, ya que trajo a colación la conferencia que Mas protagonizó en Bruselas el pasado año sin la presencia de ninguna autoridad destacada, «Yo fui a la conferencia. Hicimos una serie de gestiones para invitar a personalidades y allí no fue nadie de la Comisión ni de ningún estado miembro; solo el embajador español. Ahora Mas vuelve y su equipo está intentando que los reciban, pero será difícil que el nuevo delegado de la Generalitat en Bruselas abra muchas puertas. El anterior delegado, Joan Prat, era un peso pesado. Se fue porque dijo que no estaba por negociar la independencia. Ahora está Pere Puig, que es un chico estupendo y funcionario de la UE, pero de un nivel muy bajo, y no puede abrir puertas», describió.
Sus explicaciones desvelan la cruda realidad de la Generalitat para proyectar a nivel internacional el proceso soberanista. Pero Mas está plenamente decidido a poner toda la carne en el asador. El Diplocat –la diplomacia amateur puesta en marcha por el Govern– continuará organizado conferencias en universidades extranjeras, las «embajadas» catalanas seguirán sus tareas y, sobre todo, el president proseguirá con sus misiones exteriores. El Govern subraya que su proceso sí que merece atención internacional porque muchos emisarios se desplazan al Palau de la Generalitat.
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