Literatura
Los pájaros, mejor enjaulados
La literatura ha abusado de la metáfora aviar, pero ha dado grandes títulos a sus obras
La literatura ha abusado de la metáfora aviar, pero ha dado grandes títulos a sus obras.
La pasada semana, unos desalmados rompieron la jaula del zoo que encierra las aves de Doñana y 17 ejemplares se escaparon, campando a sus anchas por las calles de Barcelona. Lo curioso es que la jaula encerraba 63 pájaros en total. ¿Por qué no escaparon todos? Alejandro Jodorosky lo tiene claro, «los pájaros que nacen en jaulas creen que volar es una enfermedad». Así que lo extraño de verdad fueron los que 17 ejemplares que huyeron y, sobre todo, los cinco espátulas, tres moritos comunes y dos ibis escarlata que no se dejaron capturar enseguida. Hasta los pájaros renuncian a su libertad.
Lo cierto es que se ha abusado tanto en la literatura, en la poesía, el cine y la canción de la metáfora de la libertad y los pájaros que al final ha quedado prácticamente sin significado. Bob Dylan ya lo decía, «nadie es libre, hasta los pájaros están anclados al cielo». Lo único que queda con valor y algo de sentido son las grandes novelas con el nombres de ave en el título y el gran chiste del genial cómico Roger Dangerfield:«Menudo hijo tengo. Le expliqué eso de los pájaros y las abejas y él me explicó lo de mi mujer y el carnicero».
De Poe a du Maurier
Es cierto, hay grandes obras literarias con títulos con pájaro. El más icónico sería el poema «El cuervo», de Edgar Allan Poe y es «nunca más» aterrador que se te clava en el cerebro. Ni una sola referencia a la libertad de las aves en todo el poema. Otro clásico es «Los pájaros», de Daphne du Maurier, que adaptó Alfred Hitchcock al cine, otra demostración que las aves, en jaulas, mucho mejor.
En realidad, hay pájaros sin la estúpida metáfora de libertad en todos lados. En cuentos, como en «El patito feo», de Hans Christian Andersen; en novelas negras, como «El halcón maltés», de Dashiell Hammett; en teatro, como en «Dulce pájaro de juventud», de Tennessee Williams o en la escalofriante «El pato salvaje», de Henrik Ibsen, que quizá si tocan algo el tópico, pero para matarlo.
Hay historias personales con pájaro de gran hermosura, como «H de Halcón», de Helen MacDonald, en el que la escritora superaba la muerte de su padre , el fotógrafo Alisdair MacDonald mientras intenta domesticar o al menos relacionarse con un halcón, lo que ya hizo el asombroso T. H. White en «El azor». Hay pájaros en absolutas obras maestras como «Matar a un ruiseñor», de Harper Lee o en otras que no lo son tanto como «Juan Salvador Gaviota», de Richard Bach, que aquí si caía de forma radical y literal en la metáfora de pájaro iguala libertad, porque en realidad es muy difícil no caer en la trampa.
«El pájaro pintado», de Jerzy Kosinski y «Las aves», de Aristófanes, son otras de las más de mil obras bautizadas con estos animales, y las que abrán.
Obsesión con mirar aves
Los escritores parecen obsesionados con los pájaros. Jonathan Frazer asegura que puede estar doce horas seguidas observándolos. Margaret Atwood es presidenta del Club de Pájaros Raros y su mejor novela, «Oryx & Crake» nació de un viaje a Australia a mirar aves. Peter Matthiesen también era un amante del canto de estas criaturas.
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