Barcelona
Maravillas de una noche de verano
El Cruïlla se consolida en su décimo aniversario como una cita ecléctica y fuera de prejuicios para todos los públicos
En el Cruïlla Festival, tanto ves una fila de niños en edad escolar cogidos de la mano de dos madres como a dos abuelos besándose
–los viejos rockeros nunca mueren–. Las canciones no tienen edad, «Can’t get you out of my head», de Kylie Minogue, un día la bailan unas niñas en el festival de fin de curso y otro cierra la manifestación del Orgullo LGTBI madrileño. La estrella australiana protagonizó uno de los conciertos más esperados, el único que ofrece en España en el marco de su gira de grandes éxitos, tal cual, con canciones de todas las épocas para «celebrar toda mi carrera». Hace apenas una semana, Kylie coincidió con Rosalía en Glastonbury y no sabe lo que más le fascinó de ella si la sensualidad con la que pica de manos, «trá trá», o que la de Sant Esteve Sesrovires le pidiera «algún consejo». «¡Pero te has visto actuar, alma cántara! ¿Cómo te voy a dar yo consejo?», le dijo Kylie impresionada. Pues porque Kylie también fue una diva de luces y acción, aunque en Barcelona, la puesta en escena fue más discreta a lo que nos tiene acostumbrados. Ella, sus bailarines, sus éxitos y a bailar. Que por algo el Cruïlla es el festival de la sostenibilidad. Y del mestizaje. Y del diálogo.
El viernes por la tarde en el Fórum, con la ola de calor poniéndoselo difícil a las bandas de rock, pop o rap –en el Cruïlla cabe de todo–, uno tanto bailaba las canciones naífs de la francesa ZAZ con una sonrisa, como bajaba de la luna con una brutalidad extrema con las «performances» de Open Arms interpretadas por La Fura dels Baus. Un muerto, dos ... 35.597 migrantes muertos en el Mediterráneo, según la lista que la artista turca Banu Cennetoglu empezó a hacer hace 16 años.
El mismo mar que simboliza el Cruïlla, punto de encuentro de culturas y civilizaciones, de los británicos Bastille o del gallego triste Xoel López, que con su banda no es tan triste aunque hable de amores rotos, también es una fosa común para miles de personas. No sabemos sus nombres, pero el festival más activista del Mediterráneo les rinde homenaje con este espectáculo que remueve conciencias.
¡Suerte que la música tiene poder! ¡Es capaz de hacer reír en un funeral y de devolver a los enfermos de Alzheimer momentos de lucidez! La voz rasgada de ZAZ actúo como el flautista de Hamelin con todas las conciencias removidas. Se las llevó al escenario Enamora y con el poder de sus melodías, que fusionan con gracia chanson y gypsy jazz, les devolvió las sonrisas. «Quiero amor, alegría, buen humor, paparapapapará». ¡Cuánta alegría!
En su décimo aniversario, el Cruïlla ha exprimido su razón de ser, un espacio donde coinciden estilos musicales variados con gente diversa. Hay poco turista todavía, nada que ver con el Primavera Sound, donde se juntan 124 nacionalidades. El Cruïlla es más relajado, tiene un tope de 25.000 asistentes por día, pero cuenta con más activistas. Els Pets, entusiasmados porque el festival les invitara por primera vez a tocar, aprovecharon que estaban sobre un escenario para reivindicar una república. «Esta canción no le gustará a algunos», dijeron antes de empezar a tararear «Jo vull ser rei/ ser per collons cap de l’Estat». Un tipo con una camiseta amarilla con la foto de Oriol Junqueras enloqueció a bailar. Igual que Mariona y su hermana Anna, sus amigos y otros treintañeros que en los veranos a caballo del siglo XX y XXI descubrieron con esta y otras bandas a qué saben los besos.
En el escenario principal, Vetusta Morla, prefirió reivindicar las salas de concierto, pese a que se mueven de narices en grandes festivales, es ya su tercer Cruïlla y su actuación fue la más seguida del viernes. Más que Garbage, que competía a la misma hora con las historias cantadas de Xoel López. El gallego también ama a Vetusta Morla. Les dedicó «El amor es de todos». ¡Cómo no amarles cuando se dejan la piel en el escenario! Pucho, su cantante, deseó a todo el mundo altas dosis de amor y de música. Y el público lo recibió con sus canciones, las de su último álbum «Mismo sitio, distinto lugar» y las de siempre. Se despidieron con «Los Días Raros» y ese estribillo que es una verdad como un puño: «No hay carbón, sin Reyes Magos». «C’est la vie, mon ami», que diría ZAZ.
Para no dejar al público pensativo, mirando las estrellas, y preguntándose a dónde vamos, los británicos Foals y Dj Amable regalaron una buena dosis de música para bailar: «I see a mountain at my gates». Porque los festivales se crearon también para bailar.
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