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Un señor moderno

La Razón
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A Dina le gustaba Don Draper. A mí, Roger Sterling. «¿¡¿Un viejo?!?», exclamaba Castellet. "¡Un viejo que no se quiere morir!", le replicaba sonriéndole a los ojo. A él le gustaban todas las mujeres de «Mad Men», como le gustaban todas las mujeres bellas, las inteligentes, las que tenían sentido del humor y las que no olvidaban que, ante todo, eran mujeres, sin cargos en forma de hijos o mala consciencia.

«Mad Men» se convirtió en la excusa perfecta para visitarnos en el despacho y compartir risas e impertinencias por parte de los tres. El núcleo de la discusión era el desconcierto de aquellos publicistas y el brío de las mujeres que los rodeaban. Nosotras le habíamos descubierto la serie, pero el moderno era él. Un señor de ochenta años de sonrisa infantil que nos insistía constantemente para que le explicáramos el mundo («nuestro» mundo) e impregnarse así de energía. Un señor de ochenta años que no daba consejos pero que nos animaba a actuar sin arrepentimientos posteriores.

Nunca he sido nada mitómana y, ni siquiera nuestra particular competición sobre quién veía antes el próximo capítulo de la serie me quitaba el sueño. Él presionaba porque quería comentar escenas y reacciones de los personajes y yo le prohibía los «spoilers». En estas fiestas, Pilar Beltran, la editora de Edicions 62, le regaló la sexta temporada y yo la compré para estar al día en nuestra carrera. Por ahora, él me lleva ventaja. Y tal vez quedará así, porque me cuesta imaginar quién lo podrá sustituir para analizar el final, porque yo, ahora mismo, soy una mujer desconcertada como un publicista de los años 60 en Madison Avenue.