Teatro

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Desastrosos terroristas

¿Se puede bromear con ETA? Parecía que no, pero Jordi Galcerán demostró que, con talento, todo es posible. La comedia más redonda de 2011 regresa ahora a Madrid

La Razón
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Jordi Galcerán podría estar cómodamente en su casa viviendo de las rentas de obras como «Palabras encadenadas», «Carnaval» y, sobre todo, de ese exitazo que fue «El método Grönholm». Pero al autor le sigue picando la inquietud, la necesidad, o como quieran llamar a eso que hace que un trapecista se lance al vacío sin saber a ciencia cierta si habrá manos que le agarren. Por eso se atrevió con el gran tema tabú en la sociedad española. ¿El sexo? ¿Las drogas? Qué va, de todo eso se ha podido hablar casi siempre sin problemas. Pero, amigo: trate usted de pisar esa herida abierta que es el terrorismo. Y nouno cualquiera, sino el concreto, sangrante, de ETA. El resultado confirmó la máxima de que, con talento, casi todo se puede hacer. Nadie gritó, nadie hizo aspavientos. No se molestaron las asociaciones de víctimas, no se cabrearon los nacionalistas ni hubo amenazas abertzales... Y no sólo eso: «Burundanga. El final de una banda» no sólo no patinó, sino que se convirtió en la mejor comedia española de 2011, otro de esos fenómenos del boca-oreja que abarrotaron los teatros en Madrid y en Barcelona. El público se torcía de risa con la visionaria situación que planteó Galcerán –y hay que dejar claro que escribió el texto antes del anuncio del alto el fuego–, con dos terroristas muy de andar por casa, poco convencidos de su determinación por la causa y que son, sin saberlo, los últimos de la banda.

Pero hay mucho más en este redondo, dinámico y ágil espectáculo que supo leer con acierto el director Gabriel Olivares, quien lo lleva a un terreno vodevilesco moderno: está la inevitable confusión, la novia locuaz que no sabe nada del asunto (Rebeca Valls) y que está más preocupada por las infidelidades del chaval (César Camino), la amiga para todo (Mar Abascal), que le propone arrancarle la verdad con la célebre droga del título, sin que ninguna sospeche lo que está por caer, el amigo del novio (Antonio Hortelano), que tampoco es lo que parece, y una aparición sorpresa (Eloy Arenas), otra vuelca de tuerca a los despropósitos del terrorismo. Líos, mentiras y personalidades anuladas por una sustancia exótica que logran desdramatizar con el mejor arma de educación masiva: el buen humor.

«En el cielo de mi boca»

«Bienvenido a los suburbios del infierno», así invita el protagonista de la obra al público a quedarse. Este monólogo podría ocurrirle en un hotel a cualquiera de los participantes de «La voz» o un «talent show» similar. «Como espectadores de esa caída, escucharemos el grito silencioso de Wilhelm ante un mundo que se desmorona, ante una sociedad acrítica e incapaz de reaccionar que robotiza al ser humano, que lo transforma en un objeto valorable únicamente en función de lo que tiene o puede explotar», explica la compañía sobre este texto de José Padilla (conocido por su versión de clásicos como «Otelo» para La Chanza teatro, y otros propios como «El grito vertical» o «Porno casero»). David Teba es quien se enfunda la decepción de Wilhelm (que es el nombre de un efecto de sonido cinematográfico). Aunque no es un musical, este actor formado en La Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico interpreta al piano dos poemas musicados del dramaturgo y un tema de Al Green. Una invitación, en definitiva, a lo que esconde la aparente filosofía televisiva del esfuerzo, o sea, lo que el «prime time» esconde.

Dónde: Sala Nudo. C/ de la Palma, 18. Cuándo: miércoles hasta el 26 de diciembre.

Cuánto: de 9 a 13 euros.