Restringido
Lissavetzky para todo
Perfil / Jaime Lissavetzky. Portavoz del PSOE en Madrid
Jaime Lissavetzky y Ana Botella: una mujer, un hombre, y un destino común. Quienes han sido rivales políticos en la Casa de la Villa, han coincidido, con pocas horas de diferencia, en anunciar públicamente que no serán candidatos en las próximas elecciones municipales de 2015. Y me parece que a ambos les escuece la misma herida: no sentirse apoyados por sus respectivos partidos. La alcaldesa tira la toalla antes de que el PP nombre a otra candidata; Lissavetzky hace lo mismo después de que el Partido Socialista de Madrid, es decir, Tomás Gómez, haya decidido que las primarias para elegir a los candidatos, sean cerradas. El todavía portavoz socialista en el Ayuntamiento de Madrid, es un hombre entregado a la política, especialmente a la madrileña, desde hace casi cuarenta años, cuando se embarcó con José Acosta, Joaquín Leguina, Juan Barranco, y alguno más, en la tarea de montar una Federación Socialista Madrileña fuerte e importante dentro del PSOE. Después, estas amistades se volvieron peligrosas y cada uno tiró por un camino.
Lissavetzky ha sido como el ungüento amarrillo en el PSOE: la solución en el primer gobierno regional de Joaquín Leguina, para suturar la herida abierta por Manuel de la Rocha y su militancia en Izquierda Socialista; la conciliación entre guerristas y felipistas en la Federación Socialista Madrileña; el hombre encargado de llevar las riendas del deporte español en unos momentos cruciales, desde la Secretaría de Estado, sin que finalmente se le compensara con un merecido Ministerio encargado de esta materia, a pesar de esperarlo y merecerlo, y el último servicio prestado: aceptar ser candidato al Ayuntamiento de Madrid en unas elecciones, las de 2011, en las que Ruíz-Gallardón ya salía como caballo ganador desde el primer minuto, y la aventura estaba abocada a convertirle en jefe de la oposición.
Diputado regional en las primeras elecciones autonómicas de 1983, pasó del casi anonimato, a conocérsele como el «ruso», cuando en 1985 Leguina le nombró consejero de Educación, Cultura y Deportes, para cubrir la sorpresiva dimisión de que había sido primer alcalde socialista de Fuenlabrada, Manuel de la Rocha. Permaneció en el cargo hasta 1995 y de esa etapa se recuerda la creación de la red de escuelas infantiles públicas, la fundación de la Universidad Carlos III, o la puesta en marcha del estadio de la Peineta. En 1994 había sido elegido secretario general de la Federación Socialista Madrileña, y reelegido en 1997, para salvar una delicada situación dentro de la FSM. Senador en 1996 y diputado nacional en 2000, fue nombrado secretario de Estado para el Deporte en 2004 y hasta 2011, un tiempo de oro para el deporte español, cuando se consiguieron muchos de los mayores logros de la historia.
Se va de la primera línea de la política un hombre todoterreno, de partido, eficaz en la gestión, exquisito en las formas, dialogante y duro en circunstancias especiales. Él había pedido en distintas ocasiones la dimisión de Ana Botella por el «caso Madrid Arena», la huelga de limpieza y la caída de árboles, y ahora resulta que Botella y él son dos árboles caídos voluntariamente, ante la falta de riego y abono por parte de sus respectivos partidos.
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