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Madrid también sufrió su Notre Dame particular: así fue el incendio del Alcázar de los Austrias

El antiguo edificio sobre el que hoy se erige el Palacio Real fue pasto de las llamas, aunque aquí la pérdida fue mucho más cuantiosa: la residencia oficial real quedó totalmente destruida y muchas obras de arte de Velázquez, Tiziano o El Greco resultaron insalvables

El Real Alcázar de Madrid hacia 1710
El Real Alcázar de Madrid hacia 1710larazon

El antiguo edificio sobre el que hoy se erige el Palacio Real fue pasto de las llamas, aunque aquí la pérdida fue mucho más cuantiosa: la residencia oficial real quedó totalmente destruida y muchas obras de arte de Velázquez, Tiziano o El Greco resultaron insalvables

Sobre el terreno en el que hoy se erige uno de los enclaves más emblemáticos de Madrid, el Palacio de Oriente (o Real, como se le conoce más habitualmente), en su día se cimentó otra estructura similar, grande, opulento, exuberante: el Alcázar de Madrid. La antigua residencia de los Austrias comenzó a ejercer la labor hospedera cuando Felipe II decidió trasladar las Cortes a Madrid; de ahí en adelante serviría como lugar de acogida de la dinastía. Tras años y años de ser lugar y residencia real, de albergar obras de arte de Velázquez, El Bosco o Tiziano y de ser uno de las cartas de presentación de Madrid, un trágico incendio devoró la estructura y asedió toda su vertiente artística.

Hay un cuadro que se ubica rápidamente en el imaginario colectivo con tan sólo nombrarlo: “Las Meninas”, de Velázquez. Sacarlo a colación tiene sentido porque en la sala en la que se ubica el cuadro comenzaron las llamas a hacer su trabajo en el día de Navidad del año 1734: era el obrador de los pintores de Cámara del edificio, que en su día estuvo dirigido por Jean Ranc. El Rey Felipe V, monarca de la época, se encontraba en el Palacio del Buen Retiro, ya que le gustaba más por sus amplios jardines y por el recuerdo del palacio de Versalles.

Esta figura (la de Felipe V) cobra un cariz especial en la historia: las malas lenguas afirman que fue él quien ordenó su “destrucción accidental” por no estar contento con su arquitectura y su diseño, aunque la versión más real parece la de que fueron unos mozos de palacio los que, accidentalmente, no prestaron atención a una chimenea humeante que propagó el fuego rápidamente, con todo lo que ello conllevó en pérdidas y gasto.

Desde que comenzó la estancia del monarca en el trono real, ordenó múltiples revisiones y cambios para que se aproximaran más a su gusto personal. Fue Antoine Du Verger quien, hacia 1711, impulsaría la renovación para asemejarse a la cultura francesa: se panelaron las salas, se incluyeron espejos, se colocaron esculturas o mármoles. Se hizo todo lo posible para que quedara a gusto del Jefe de Estado.

La cultura, ese día, sufrió un duro varapalo: a pesar de que se salvaran “Las Meninas” y “El bufón el Primo” de Velázquez o el “Carlos V en Mühlberg” de Tiziano, muchas fueron las pérdidas contabilizables; “Laocoonte”, de El Greco, fue destruido, a pesar de que existan al menos tres cuadros sobre este tema, uno de los cuales se ubica en la National Gallery of Art de Washington; el “Retrato ecuestre de Felipe IV”, “Hércules matando al león de Nemea” o “La serpiente de metal”, así como las muertes de Acteón y Adonis, todos de Rubens fueron pasto de las llamas; “Baco” y “Paisaje”, de Tiziano, más de lo mismo; y varias obras de Velázquez (“Psique y Cupido”, “Apolo, Adonis y Venus”, “Apolo y Marsias” o “La expulsión de los moriscos”) sufrieron el mismo destino.

Quizá sea demasiado presuntuoso afirmar que Madrid también tuvo su Notre Dame particular, pero sí que es cierto que uno de sus edificios históricos más importantes sufrió la furia y la ira del fuego, justo como sucedió ayer en la catedral gótica.