Historia

Pasapoga: ¿Este nombre no les dice nada?

La Gran Vía de Madrid suma a su larga historia de excesos la sala de fiestas más renombrada de la capital

Frank y Ava en Pasapoga
Frank y Ava en PasapogaAgencia EFE

Ni era la época de aquellos años 60 yeyés, ni el momento de la Movida ni mucho menos los tiempos del reguetón. En aquel Madrid de 1942, que todavía miraba de reojo a la reciente Guerra Civil, en aquella capital llena de descampados a la que llegaban los estruendos del conflicto en Europa, algunos pugnaban por salir adelante -y divertirse, en la medida de lo posible-. Así las cosas, en plena Gran Vía, en lo que había sido un salón de billar, se alumbró un lugar de asueto y música: Pasapoga. Una sala de fiestas mítica en Madrid que debe su nombre, precisamente, a las primeras letras de los nombres de los socios que lo alumbraron. Con aquellas primeras sílabas se gestó un music hall de leyenda. Todo gracias a Patuel, Sánchez, Porres y García.

Aquí solo calidad y exclusividad. Ese parecería ser el lema de la que se autodenominaba "la sala de fiestas más famosa del mundo". Un lugar en el que, además de bailar, se podía asistir a la presentación de películas, desfiles de moda... o encontrar otras cosas que en aquel Madrid pacato y reprimido era complicado toparse. Todo ello y más se daba cita en Pasapoga.

Edificio donde estaba Pasapoga
Edificio donde estaba PasapogaAgencia EFE

La sala pasó, con todo, por distintas vicisitudes, desde inspecciones de la autoridades al fuego, ya que en 1979 las llamas provocaron importantes daños materiales; aunque no personales, como sí sucedió en otras salas madrileñas de triste recuerdo. Aquel primer Pasapoga, con todo, transportaba a quienes cruzaban el umbral a "otro mundo". Un lugar de ensoñación, ajeno a las miserias de aquellos años 40 y 50 en los que vivió sus grandes momentos. Columnas y escalinatas flanqueaban las pistas de baile, y las cortinas, espejos y pinturas de la paredes daba a aquella sala una cierta sofisticación y glamur que engañaba a los que allí entraban sobre la cruda realidad: estaban ocho metros bajo tierra en los bajos de un cine.

No importaba. En Pasapoga cabía todo. O casi. Desde ministros del régimen hasta todo aquel que, con corbata y tras haber abonado una buena cantidad de pesetas en la entrada, se decidiese a pisar esa ”sala de fiestas más famosa del mundo”. Tanto es así que por su escenario pasaron Juliette Greco, ”musa de los existencialistas” -con permiso del régimen-, o una rara especie para la época y en aquel Madrid puritano: Coccinelle, la primera transexual internacional, conocida por sus apariciones en prensa y noticieros. Directamente a Pasapoga después de hacerse un nombre y cultivando la fama en la renombrada sala Carrousel de París.

Baile en Pasapoga
Baile en PasapogaAgencia EFE

Todo aquel que fuera alguien en el mundo de la música o el humor pasó por Pasapoga. Desde Monna Bell a Bambino, de Antonio Molina a Lolita Garrido. Por no hablar de Frank Sinatra, Rosa Morena o Antonio Machín. Una larga, enorme lista de nombres antes de que en los años 70 se acentuase ese otro "negocio" que también había florecido en las décadas anteriores en sus salas. Entonces, y con "el destape", Pasapoga vivió su particular canto del cisne. Allí se pudo ver "Machos 87", el espectáculo que protagonizó Susana Estrada y donde era crucificada en vivo sobre una plataforma giratoria. Situaciones y puestas en escena que quizá hoy en día se las tendrían que ver con otro tipo de censura y de las que, teoría de la cancelación mediante, todavía podemos hablar.

El 8 de febrero de 2004 cerraba sus puertas, no sin antes haber dado una fiesta de despedida por todo lo alto. Hoy, ese espacio, alberga una tienda de un gigante japonés de la confección, después de distintos propietarios. La oferta y la demanda se han impuesto en una arteria como la Gran Vía, donde el precio del metro cuadrado alcanza precios prohibitivos -para algunos-, y que otros pagan con gusto ante los pingües beneficios que auguran en el futuro. Aunque allí ya no suena la música.