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Opinión

Calor demográfico

Los datos fehacientes que los organismos adecuados han proporcionado no dejan lugar a dudas sobre este punto. Por primera vez, el año 2017 ha proporcionado en España una cifra de defunciones que supera de modo notable al de nacimientos. Si la tendencia se consolida vendrá a significar que la demografía de nuestra nación ha entrado en tiempo de merma o de deficiencia. No es la primera vez que los historiadores tienen noticia de un fenómeno semejante. Sabemos muy bien que fue esta una de las dimensiones que afectó en forma decisiva al Imperio romano. Hoy, cuando nos referimos a las circunstancias de aquel derrumbamiento, sin prescindir desde luego de las razones morales a que con preferencia se referirían San Agustín y Orosio, destacamos especialmente el papel de esta decadencia demográfica que se iniciara ya en el siglo I en las provincias orientales del ecúmene mediterráneo, pero que luego se fue extendiendo a todo él. La pérdida de población nativa implicaba la necesidad de acudir a los emigrantes que desde el otro lado de la frontera buscaban medios de vida y creían con fundamento que esto era lo que podía proporcionarles el Imperio. Con el tiempo se produjo una verdadera inversión que convirtió en secundaria la latinidad. Hoy no decimos que Roma sucumbiera a las invasiones bárbaras –incluso Atila pudo ser derrotado–, pero sí a un relevo. El Imperio quedó partido en trozos que para sí reclamaban condiciones étnicas y promovió un vacío que los germanos (extranjeros se les consideraba entonces) lograron ocupar.

Ya desde finales del siglo III de la Era común toda la mitad occidental de Roma se había reordenado dentro del sistema autonómico creado por Diocleciano utilizando un término «fioecesis» (convivencia) que en cierto modo es una especie de reconocimiento de naturaleza étnica que es lo que ahora llamamos nación. Occidente era el conjunto de la latinidad. Pues bien, de sus seis piezas, una de ellas, África, se perdió de forma definitiva a principios del siglo V y de las otras cinco, aun reconociendo la identidad jurídica y política tan apreciadas, solo dos, Hispania e Italia, conservaron el nombre latino. Las otras tres pasaron a ser Francia, Inglaterra y Germania. Los esfuerzos que, como ahora, se hicieron para restablecer el bien de la unidad despertando de su vieja raíz el nombre de Europa, fracasaron desembocando en la serie interminable de guerras que parecen –únicamente parecen– ganar en 1945 la meta. Algo que los políticos de nuestros días deben tener cuidadosamente en cuenta. El premio alcanzado, la Unión Europea, tiene que ser cuidadosamente defendido. Los errores que a nuestra vista se multiplican señalan el peligro de echarlo todo a rodar. Tras los separatismos nacionalistas asoman siempre las uñas del odio que puede generalizarse.

Hay otros aspectos que también deben ser tomados en cuenta ya que forman parte de los problemas que también se presentan en nuestro tiempo. Roma había conseguido crear el Imperio haciendo del servicio militar una de las dimensiones de la civitas. De este modo, como también harían los sistemas políticos nacidos de las revoluciones del siglo XVIII, los ciudadanos eran educados en el amor a aquella patria de donde salieran y de la que todos formaban parte. Pero los dictadores romanos, divididos a su vez en partidos, sustituyeron este sistema natural que condensaban las res pública por un sistema profesional que es lo que aún recordamos con el término soldado. Se abrían así las puertas a muchos extraños que en el enrolamiento veían también un medio de acceder a la ciudadanía plena. Pero al mismo tiempo se estaba desgastando esa profunda unidad entre el patriotismo y el servicio de las armas Pues los ejércitos profesionales varían lentamente su dirección y dejan de colocar a la res publica en la meta indudable para sustituirla por la obediencia al jefe de quien en definitiva dependen y que está en condiciones de promoverles la expansión social. Poco a poco los ciudadanos se apartaron de esta profesión y fueron sustituidos por bárbaros de diversos orígenes. Cuando se producía la crisis sucesoria se tornaba cada vez más frecuente el enfrentamiento entre partidos. Algo que permitiría a los germanos tomar las riendas. Y finalmente se enrolaron colectivamente. Así pues, Roma no sucumbió a la invasión de los bárbaros, sino que estos pudieron tomar posesión de un poder que se había disuelto en sí mismo.

España nace en el 418 cuando precisamente uno de los candidatos a este Imperio pacta con el caudillo de los visigodos Walia un especial acuerdo que, a cambio de la entrega de territorios y autoridad, debía permitir el retorno de las dos grandes diócesis occidentales a la obediencia. Solo el III Concilio de Toledo será capaz de devolver a la latinidad su protagonismo haciendo del antiguo ius civium un derecho constitucional que calificaron de lex romana wisigothorum. Es algo que en nuestros días parece repetirse y sobre lo que debemos llamar la atención: la pérdida de ese patriotismo militar que permite entrar a inmigrantes en la profesión y la profunda división jurídica que entre nosotros se traduce en el abandono de la verdadera ley fundamental que es la Constitución traducida por la democracia en garantía para las libertades.

Probablemente, el principal revés vino por otro lado como ahora estamos experimentando: la profunda revolución social que los judíos denunciaron como ruptura de las leyes naturales sin las que es imposible conservar los valores esenciales de la sociedad. Hoy se habla mucho de la libertad femenina, pero se olvida que al mismo tiempo se están destruyendo aquellos valores que durante siglos hicieran de la mujer el cabildo esencial de la sociedad siendo por ello especialmente en Europa protagonistas esenciales. El reconocimiento de esa plenitud debe hacerse en forma tal que no se modifiquen las dimensiones que en principales aspectos hacen a la mujer superior al varón en la conformación de la sociedad.

Y ahí entra, como muy preocupante, el dato que hoy nos ocupa: la renuncia a la maternidad puede ser un daño irreparable en especial si se hace de forma consciente como recomienda la revolución sexual americana del 86.

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