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Cuartel de verano

Vuelven los muertos vivientes

Cada vez detesto más la condescendencia y esa capacidad de pasar por las tragaderas acciones del todo infumables

A Sánchez se le está evaporando el efecto lifting que lo mantuvo impecable hasta ahora; se le está descolgando la piel de la cara y del pescuezo y le está brotando el aspecto de delincuente común que siempre ha querido disimular a base de pinchazos con principios activos y sérums obtenidos a partir de la centrifugación de su propia sangre, primorosamente administrados por el afamado esteticista Pedro Jaén, que también trata a su dudosa esposa, sobre todo cuando tiene que aparecer en público, ora dando clases magistrales en la complutense -aún no teniendo titulación para semejante cosa-, ora para comparecer ante el juez, ora para asistir con descaro a la cumbre de Sevilla hace pocas semanas, algo que nunca se debió tolerar desde la Casa de S.M. El Rey.

Cada vez detesto más la condescendencia y esa capacidad de pasar por las tragaderas acciones del todo infumables, pero, en fin, así nos va. De igual forma que se tolera que haga uso -y hasta abuso-, del Falcon para viajes privados. Estos advenedizos se creen lo que no son, y para tener una procedencia tan deplorable como la del proxenetismo, o sea, la explotación del negocio de la prostitución, van con la cabeza demasiado alta por la vida.

Pues, amigos, estos son los que apoyan los de la ceja, aquellos presuntos intelectuales -a mí me parecen más titiriteros que otra cosa-, como Ana Belén, Víctor Manuel, Serrat, Almodóvar, ya saben, los de siempre. Mejores eran los que reunía Carmen Romero, esposa de Felipe González, en aquella famosa bodeguilla de Moncloa, quienes, sin duda, podían ostentar méritos suficientes para ser calificados de intelectuales. En aquella estancia de paredes de azulejos, sillas de enea y algún sofá cómodo, donde un grupo de escritores, periodistas, artistas y simpatizantes del felipismo se reunían a charlar, beber vino -bastante corriente, por cierto-, y comer jamón y queso. El vino mejoró más tarde con la llegada de Aznar cuya única bodega a la que compraba era “Pesquera” y el único postre que se tomaba en el palacio presidencial era helado de café.

Pero aquella estancia quedó para el recuerdo y sus paredes guardan las frases de César Antonio Molina, Javier Marías, el profesor Aranguren -que un día me tiró los tejos-, Eduardo Arroyo, Tuñón De Lara, Bigas Luna, el poeta Gil Albert o Fernando Trueba.

Salvo la pareja idílica de cantantes, muy rojos ellos pero con unas propiedades que ya quisiera la que estas letras suscribe para los días de fiesta, todos critican la situación actual.

Véase César Antonio Molina -cuya hermana fue compañera mía de pupitre en el Colegio-, que no se cansa de hacer declaraciones, de escribir artículos y hasta libros del desastre que se está produciendo en España por culpa de este individuo, que nos va a dejar el país hecho un guiñapo.

Aun así, los despreciables Almodóvares siguen apoyando la mierda en la que cada vez estamos más sumergidos. Confío en que la debacle de la Montero en Andalucía sea la punta de lanza que dé el remate a los protagonistas actuales de la política nacional.

CODA. Al Rey de España no le hacen falta pinchazos. Enseguida se nota que es de buena familia. A la Princesa Leonor, tampoco. Asume su protagonismo con dignidad y se expresa muy cuidadosamente ante el público cuando habla. Pero su padre, que lógicamente tiene más tablas y más experiencia, se permitió el otro día una licencia que levantó al público del asiento. Ese “Iniesta de mi vida” tan sentido le hizo ganar los afectos de todos los que allí se encontraban. Ahí le salió el ADN del Rey Padre. Ojalá veamos pronto así a Leonorcita.