Opinión
Ética, moral, conciencia
Cada vez que me instalo en este «cuartel emocional» es como si me arrodillara ante la rejilla del confesionario a glosar o más bien a desglosar mis múltiples pecados, todos ellos capitales menos la envidia (el más innoble) y la avaricia (el más cutre), o como si me tumbara en el diván del psicoanalista, aunque esto último me parece mucho más cursi, algunos le dan la categoría de snob, pero yo no le concedo más calificativo que el de cursilería afectada.
Ética, moral y conciencia podría ser considerados sinónimos al ser conceptos muy ligados entre sí. Son como la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La ética es la disciplina que estudia el bien y el mal y sus relaciones con la moral; la moral es la disciplina que analiza el comportamiento humano y la conciencia se refiere a nuestro conocimiento en cuanto a la moral y a la ética. Dicho lo dicho, hablemos de los bebés modificados genéticamente en China que ha sido la noticia más discutida de estos días pasados, al margen de Trump y su desdén hacia el Reino Unido, o de las cuestiones internas de esta España nuestra, que lo único que provocan es el vómito.
¿Hasta qué punto podemos cuestionar que se altere el ADN de unos embriones para que no nazcan con una enfermedad que iba a pesar sobre sus cabezas el resto de su vida? Unos bebés, en China, iban a nacer irremisiblemente con un Sida que condicionaría su existencia y su salud para siempre. ¿Debemos censurar, pues, que se desterrara de raíz esta posibilidad? No seré yo quien lo haga. Lo que ocurre es que aprobando esta manipulación genética damos pie a una serie de barbaridades frívolas y hasta execrables que se producirán en un futuro no muy lejano, y si no, al tiempo. No sé si estaremos aquí para contarlo, pero que el sexo de los hijos, la estatura o el color de los ojos se pueda elegir a la carta es un hecho que nadie podrá acotar.
La salud es un regalo de la naturaleza y traer hijos enfermos al mundo es una indecencia. Un progenitor afectado de un mal que puede transmitir a su descendencia no puede, no debe correr el riesgo de procrear. Eso sí va contra una conciencia moral y ética. Pero que nadie se confunda, que no estamos hablando de una selección genética a lo nazi, que nada tiene que ver con lo que estamos tratando. Hablamos de un sufrimiento de por vida tratando de combatir una perturbación en la salud a la que el nuevo ser está abocado inexorablemente.
En China, decimos, han nacido dos niñas gemelas, Lulu y Nana, cuyo ADN se modificó para darles «protección» frente al VIH y la comunidad científica internacional está alborotada. Califican este hecho como irresponsable, pero lo es más aún permitir que nazcan con el virus si realmente se puede evitar. Todo esto es cuestión de conciencia, de revisar si es moral y hasta ético permitir la condena de estas bebitas a un sufrimiento de por vida. Difícil, sin duda, sobre todo porque abre la espita que regularía la práctica de los bebés según un boceto a nuestro antojo, pero el científico chino que llevó a cabo este «milagro» justifica que «un niño no es algo que se pueda diseñar y no es eso lo que quieren los padres. Ellos son portadores de enfermedades genéticas mortales que solo representa un pequeño error en un gen de entre 20.000. Si podemos ayudar a que esta familia proteja a sus niños sería inhumano no hacerlo». Ahora toca meditar y decidir.
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