Alcohol
Una botella de vino convertida en revólver
De hecho, el Gobierno no deja de ser un grupo de pobres que se ha colado en la mesa de España
Cuando el Gobierno se seca viene a mojarnos la meninge con un trago a su manera, calimocho político de tetrabrik. Lo de aconsejar no tomar vino ni cerveza en las comidas –aún le debe durar la resaca que le provocó este periódico– es una muesca más en el revólver con el que nos damos a cada rato un tiro en el pie, metáfora de por qué el país no se mueve ni dando tumbos. Lo del vino (y las mujeres, pero eso lo dejaremos para otro día, vaya por delante –pordelantismo– que no es nada machista) hace tiempo que se vendimia en los consejos de ministros del PSOE, y ahora con sus amigos de Unidas Podemos. El Ejecutivo solo se emborracha en la intimidad y se pierde como «El barco ebrio» de Rimbaud, donde toda luna es atroz y todo sol amargo, solo que versionado a lo bruto, como uno imagina un convite del ex ministro Ábalos, o tal como es la escena de la Santa Cena en «Viridiana». De hecho, el Gobierno no deja de ser un grupo de pobres que se ha colado en la mesa de España.
Uno de ellos, Garzón, el que nos dio el penúltimo tiro y al que esperamos con traje rosa en el Congreso para evitar el sexismo, traje rosa, señor ministro, como una Fanny McNamara puesta de esmalte, en sus consejos sobre consumo alimenticio, por nuestro bien, nos hurtaba de algunos kilos de carne y otros tantos litros de vino, el manjar sagrado, tal vez sin acordarse de que en su boda se sirvieron botellines de cerveza que se distribuyeron con la frase: “El motor de la historia es la lucha de clases... y la cerveza». A los postres se tomó cava de Benito Escudero. La boda se celebró, además, en las instalaciones de Bodegas Riojanas, en la localidad de Cenicero, donde al día siguiente (hay documento gráfico) los recién casados se fueron ¡de vinos! Acabáramos.
Leo las declaraciones de un señor de Castilla-La Mancha que asegura que solo desde allí se exportan 80.000 litros al día. La primera copa acecha el paladar, pero es en la segunda cuando el entendimiento se perfecciona. No más, tampoco menos. Hoy he tomado un tinto de Cádiz, un Taberner, precioso, que no se me va de los labios. Se agarra y no me suelta. Solo lo justo para navegar en los afluentes de la cordura. Quién piense en «prohibirlo» le asiste esa demencia tan posmoderna por morir con la sangre licuada, que es como si un santo les diera la extremaunción, con un menú del día vegano.
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