Opinión
«Para que el mal triunfe solo se necesita…»
El nuevo Tribunal Constitucional, conformado según el deseo de Sánchez ya con una clara mayoría «progresista», y con unas incorporaciones procedentes desde el Gobierno y sus aledaños, anuncia la resolución de recursos como el del aborto, que duerme el sueño de los justos desde 2010, nada menos. Es una decepcionante constatación más de que la izquierda en el poder patrimonializa la demarcación del territorio ético y moral de nuestra legislación.
Durante más de seis de los trece años con mayoría en el TC conservadora, reformista, liberal, popular o como queramos denominarla, además de en el Congreso y el Senado, para el máximo intérprete de la Constitución al parecer no ha habido tiempo de pronunciarse al respecto. Ha tenido que venir el sanchismo para promover leyes como las actuales del aborto, la eutanasia, la ideología de género con todas sus manifestaciones en el matrimonio, la familia y la misma naturaleza humana, para que –ahora sí– el TC se pronuncie, con un exministro y una alto cargo monclovita entre sus miembros, y con un presidente ex Fiscal General gobernando el socialismo. Lo que en 13 años no fue posible, ahora ya tiene luz verde con un intérprete de nuestra Carta Magna hechura del sanchismo. Es de total aplicación lo que en el siglo XVIII afirmara Edmund Burke, escritor y político irlandés al reflexionar sobre la Revolución Francesa: «Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada».
Estamos en pleno año electoral y todo se mide en esa clave, por lo que los discursos de los dirigentes políticos y previsibles candidatos deben ser filtrados por ese tamiz. Pero también la izquierda ha delimitado el territorio dialéctico del debate, donde el sufijo «fobo» es suficiente para ser expulsado del campo de juego de lo «políticamente correcto», sometido a una auténtica dictadura por parte de los nuevos inquisidores de esa herejía política. Es la sociedad de la posverdad, donde la verdad objetiva no tiene cabida, y quien se acoge a ella está expulsado por intolerante. Ahora lo que se impone para la derecha sistémica son los calificativos de «moderada» y «centrada», que se contraponen a lo radical, entendido como sinónimo de intransigencia y extremista. Cabría otra acepción, entendiendo por «moderados» a los tibios y por «tibieza» a la moderación, y el juicio sería muy diferente. También podría interpretarse la «radicalidad» con ir a la raíz de la cuestión a debate, pero esas acepciones son incompatibles con la «corrección política» de la actual sociedad de la posverdad.
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