Cristina López Schlichting
A sangre fría
Extraño debate el de los sentimientos de José Bretón hacia sus hijos. ¿Los amaba? ¿No los quería? ¿Los cuidaba o les gritaba? ¿Era en exceso severo con ellos? La acusación sostiene que el chico se acurrucaba de temor ante los adultos, como si temiese en ellos al padre. La defensa, que los niños adoraban a José. Y yo no entiendo qué interés puede tener semejante debate, francamente. Esta semana se publicaba una interesante investigación que establece ciertos defectos cerebrales en los narcisistas que justificarían su falta de compasión. Independientemente del placer que José Bretón encontrase en sus hijos, el presunto asesino bien podría haberlos matado por un beneficio mayor, en este caso hacer daño a la madre. Es lo que tiene estar carente de sentimientos, ¡que te libera de lastres emocionales! La personalidad narcisista del ex militar está probada y su carácter despótico y frío, también.
Ni a padres severísimos ni a laxos se les ocurriría encender una hoguera y echar a sus hijos a ella. Ni siquiera a padres violentos ni maltratadores, si me apuran. Hablamos de otro orden de cosas. Aquí lo que interesa son las pruebas. ¿Mató o no Bretón a los críos? ¿Los echó o no al fuego? He aquí la cuestión. Y me temo que ambas cosas son posibles con y sin «cariño». Al menos con o sin el cariño que experimentan los psicópatas narcisistas al estilo de los descritos por Truman Capote en su novela de 1966.
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