Alfonso Ussía

Al oftalmólogo

La Razón
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Me lo contó Jaime Campmany de sus tiempos de niño. No recuerdo si sucedió en Mula o en Totana. Eso, las fiestas patronales y dos familias irreconciliables. Muy de madrugada y con un pedal como el monte Igueldo, un hombre de la familia «A» se cruzó con una mujer de la familia «B». La mujer, muy entrada en carnes. Y el hombre de la familia «A» saludó a la mujer de la familia «B» de esta manera: -Adiós, hipopótamo-. Lío de los gordos, puñetazos y detención del grosero que pasó la noche en el cuartelillo. Ante el Juez de Paz, el hombre de la familia «A» reconoció su falta y solicitó el perdón de la mujer de la familia «B», que no tuvo reparos en concedérselo. Redactada el acta conciliadora y después de ser rubricada por el ofensor, la ofendida y su señoría, el ofensor, que tenía más conchas que un galápago le preguntó al juez: -Señoría, ¿a los hipopótamos se les puede tratar de «señora»?-. Como el juez no supo responder, el hombre de la familia «A» se despidió de la mujer de la familia «B». – Vaya con Dios, señora-.

El comentario soez o malicioso de un hombre respecto al físico de una mujer dice muy poco a favor del emisor del insulto. El que escribe reconoce haber llamado «foca» a Hebe de Bonafini, y «feas» a un grupo de batasunas que encabezaban una manifestación proetarra. Pero no entra en mi costumbre herir con la condición física de nadie, y menos aún, de una mujer. Prueba de ello es que no he escrito de los «leggins» de Zapatero en Caracas, aunque sí atribuí el encanecimiento repentino de las sienes de Barack Obama a la aparición de las hijas de los Zapatero vestidas de góticas. En ocasiones, el exotismo de una imagen nos convierte en seres inconsecuentes.

En plena campaña electoral, cualquier comentario con tinte machista levanta sarpullidos en el buenismo. No puede ser considerada como grosería inasumible la que ha escrito el político del PP Ángel Camacho Lázaro de la dirigente madrileña de «Ciudadanos» Begoña Villacís. «Es cosa mía, -escribe Camacho-. O Villacís se ha comido toda una fábrica de bollos o se está poniendo fondona». Muy mala educación por parte de Ángel Camacho. Y peor vista. El señor Camacho sabe que ha metido el remo hasta la empuñadura, indelicada e innecesariamente. Pero no merece ser azotado en plaza pública como pretende el buenismo imperante. Merece que de su bolsillo se gradúe la vista y se haga confeccionar unas gafas con Afflelou, que según su publicidad en televisión, al que encarga unas gafas en sus establecimientos le regala otras a sus abuelos, a sus sobrinos y a la tía soltera que vive en Benidorm. O Camacho no tiene ajustado el visor, o Camacho además de inoportuno tiene muy mal gusto.

Porque la señora Villacís, de inteligencia y capacidad de trabajo ya probadas y demostradas en su quehacer público, presenta en lo físico muy altas y estilizadas cualidades, además de una sonrisa permanente y sincera, y una mirada que no ha captado el señor Camacho porque no ve tres en un burro. Decir que la señora Villacís es «fondona», es como acusar a la mejor Sharon Stone de no haberse quitado una peca en el muslo izquierdo que deteriora la armonía de su desnudo.

La señora Villacís, señor Camacho, es una mujer muy, pero que muy atractiva, y creo que lo suficientemente discreta y educada para no merecer tan injusta descalificación, que proviene más de su empanada mental que de una fábrica de bollos.

La mujer del Rey de la isla de Tonga pesaba 160 kilogramos. En una visita Real, mientras la Reina Isabel hablaba con el Rey de Tonga que daba en la báscula 198 kilos, le preguntó el Duque de Edimburgo a la Reina aborigen: –A propósito, ¿usted es hombre o mujer?–. Una grosería del Duque, pero ya sabemos cómo son los ingleses de cuando en cuando. Lo suyo con Begoña Villacís, además de una descortesía impropia de un hombre educado en colegio de pago, es un problema que sólo puede arreglar su oftalmólogo. Acuda, hágase las gafas, obsérvela y después me lo cuenta.