Alfonso Ussía

Alaridos navideños

La Razón
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Me gusta la Navidad. Por lo que se conmemora y por los niños. Me gustan los Nacimientos, las figuras, los ríos de plata, el musgo de su lecho, las ovejas, los pastores, el Misterio en el Portal y los Reyes Magos acercándose a lomos de sus camellos, que para mí, son dromedarios, pero no pretendo abrir debates al respecto. También me gustan los abetos adornados. Y los villancicos alemanes interpretados por un coro. Pero no me gustan nada ni Santa Claus ni Papá Nöel, las cabalgatas de Reyes, el «feliz entrada y salida», los gastos innecesarios y los alaridos etílicos de las comidas de empresa. Para decir «otra copa», emplean un tono tan perforante como el de Tarzán reclamando a Chita, que lógicamente se perdía en la selva porque era una mona, no un ingeniero aeronáutico. Las monas se pierden una barbaridad en la selva, pero no pretendo tampoco abrir debate al respecto. Escribo que los chimpancés no son tan inteligentes como cree la mayoría y al día siguiente se querellan los de PACMA y termino empapelado. Con una diferencia. Que la señora Forcadell, impulsora de la desobediencia, del golpe de Estado contra la integridad de España y coautora de diversos delitos contemplados en el Código Penal accede a los Juzgados como si fuera una heroína, y yo lo haría en la más completa soledad por decir que Chita era una mona desobediente y pesadísima. Aunque también es mejor la soledad que el tumulto o la compañía. Si yo fuera la Forcadell sería la señora de Pegueroles, y hasta aquí podíamos llegar.

Ignoro el motivo del griterío navideño en las comidas y cenas de empresa. Tomaba una agradable copa unos días atrás en un local de elegantes silencios y susurros durante el resto del año, cuando me sentí rodeado por un numeroso grupo de tarzanes y chitas. Uno de los tarzanes, chocó con una de las chitas, y reaccionó con una originalidad humillante. «Samantha, eres como los jueves, que siempre estás en medio». La gracia que hizo al grupo semejante majadería, que forma parte de la Antología del Humor Colegial, fue clamorosa. Qué risas, qué gritos, qué palmoteos, qué celebración, qué bochorno. Abandoné el local con anterioridad a que el gracioso de la empresa anunciara que esa noche, para cenar, había «paella... y pa todos los demás». Porque hasta esos niveles de infección bajera desciende el humor de los españoles cuando el alcohol se convierte en el protagonista de las cenas de empresa. A mí, personalmente, y sin pretender abrir un nuevo debate al respecto, me hace más gracia que un señor tan serio se apellide Pegueroles, claro que en la gran ciudad que es Barcelona existía una peletería llamada «Papiolas y Pirretas», y sus riquísimas clientas lo consideraban normal. En este mundo suceden cosas muy raras, y lo más recomendable es aceptarlas con naturalidad.

De vuelta a las borracheras navideñas y de fin de año. ¿En qué se diferencia agarrarse una merluza, cogorza, curda, moña o papalina el 31 de diciembre o el 17 de marzo? En un detalle. La merluza, cogorza, curda, moña o papalina del 17 de marzo conlleva la dignidad de la soledad, en tanto que la del 31 de diciembre es de una vulgaridad rastrera y común. El borracho de marzo ofrece el espectáculo del individualismo etílico, y puede inspirar misericordia o admiración, de acuerdo a la calidad de su pedal. El borracho de las comidas de empresa y de fin de año, es un ordinario botarate que jamás puede alcanzar el interés y la atención ajenas, porque es uno más de la necedad colectiva. Un borracho marcero, solitario y digno, jamás grita ni gesticula si ha sido educado en colegio de pago. El borracho navideño de festejo obligado es un espejo de la sociedad de hoy, vulgar, ineducada y grosera.

Es decir, que feliz Navidad y año nuevo.